Se denomina hechicería a la acción y el arte de hechizar: realizar una práctica mágica. Quien lleva a cabo este tipo de actos recibe el nombre de hechicero.
Antes de avanzar, es importante señalar que la hechicería pertenece al terreno de la ficción y de la superstición. Desde una perspectiva científica, no existen pruebas de la existencia de hechizos ni de magia. Por lo tanto, tampoco hay hechiceros reales (gente con capacidad de generar fenómenos sobrenaturales).
Esto implica que cuando alguien, en la realidad, afirma ser capaz de hacer hechizos, está mintiendo. Personas sin escrúpulos suelen presentarse como maestros de la hechicería para estafar a individuos que, en una situación de desesperación o vulnerabilidad, pretenden un milagro para superar un momento difícil.
Esta mirada sobre la hechicería, aceptada a nivel general en las sociedades occidentales de la actualidad, era muy diferente en la antigüedad e incluso hoy en día en ciertos pueblos. Antes solía considerarse que determinados sujetos contaban con capacidades adivinatorias o la posibilidad de entablar una comunicación con los dioses, los espíritus o los muertos, por ejemplo.
Esto acarreaba un gran respeto y también un cierto temor hacia los hechiceros de las sociedades primitivas. Era necesario confiar en ellos ya que eran los únicos capaces de ahuyentar a los demonios y romper los maleficios, entre otras tareas sobrenaturales que brindaban protección a sus clientes. Pero su rol no se limitaba a la magia, por así decirlo, sino que también abarcaba la política y la religión; hoy en día diríamos que su profesión incluía las siguientes, entre otras: médico, sacerdote, ministro de defensa, juez, etcétera.
Tanto es así, que las decisiones más relevantes de ciertas sociedades las tomaba el hechicero. Esto nos demuestra que se concentraba en una sola persona un poder superior al de cualquiera de los profesionales antes mencionados de hoy en día. En tiempos más recientes, hasta los reyes temían el poder de los hechiceros que tenían en su corte, ya que contra ellos no valían las armas.
Podemos decir que incluso cuando se sumían al mando de otra persona no perdían la ocasión de recordarles el alcance de sus poderes, de manera que la relación tenía una jerarquía inestable y distorsionada.
Todavía es posible encontrar comunidades que, de distintas formas, creen en la hechicería, las cuales suelen desarrollar rituales donde chamanes o jefes espirituales incurren, según su cosmovisión, en hechicerías.
En el ámbito de la ficción, por otra parte, podemos hallar numerosos hechiceros, magos, brujos y personajes semejantes. Como Gargamel en «Los Pitufos» o Gandalf en «El Señor de los Anillos», por mencionar dos casos muy conocidos. Estos seres, en sus historias, pueden hacer diversas clases de hechizos.
En estos últimos dos ejemplos encontramos historias que van desde el género infantil hasta el juvenil, y este es otro indicio de la mirada que tenemos de la hechicería en las sociedades occidentales: se trata de un tema que los adultos «no deberían respetar». El creador de Los Pitufos fue Peyo, un dibujante belga, y el creador de El Señor de los Anillos, el británico J. R. R. Tolkien; en pocas palabras, son dos obras occidentales, y no las encontraremos entre el contenido para adultos.
Como se menciona más arriba, la ciencia no tiene pruebas suficientes para avalar la existencia de la hechicería, pero esto no significa que debamos aceptar esto como si fuera la verdad absoluta, ya que todo podría cambiar de un segundo a otro si un auténtico hechicero hiciera públicos sus poderes. El problema para quienes quieren creer en las artes ocultas es que los hechiceros famosos siempre acaban siendo timadores, y de este modo no hacen más que ensuciar el nombre de la disciplina que dicen practicar.