El adjetivo ignífugo, derivado de ignis (vocablo latino que se traduce como “fuego”), alude a aquello que no es inflamable y que no permite la propagación de las llamas. Lo ignífugo, por lo tanto, no puede incendiarse.
Este término suele emplearse para calificar al material que tiene resistencia al fuego y a las altas temperaturas. Usar materiales ignífugos en una construcción, de este modo, supone una protección ante un eventual incendio.
Por lo general un material ignífugo retarda los efectos del fuego. Esto quiere decir que demora más tiempo que otros en degradarse y en permitir el paso de las llamas. Así, un material de este tipo favorece la evacuación y facilita el acceso a los bomberos que se encargarán de extinguir el incendio.
Existen, por otra parte, revestimientos ignífugos que se aplican sobre diversos elementos para conferirles mayor resistencia ante el fuego. Hay sustancias que impiden la combustión y la propagación de las llamas en las maderas, por ejemplo. También es posible encontrar pinturas y barnices ignífugos con diferentes propiedades.
La ropa ignífuga, en tanto, es un elemento de seguridad de uso obligatorio en determinados trabajos. En la minería, en la industria del petróleo y en la generación de electricidad, por nombrar algunos ámbitos, los trabajadores deben contar con ropa ignífuga para protegerse del calor y del fuego y, de esta manera, evitar quemaduras y otros daños en la salud.
Muchas legislaciones, por último, obligan a los propietarios de locales comerciales a contar con medidas ignífugas que mejoren la seguridad del ambiente. Sin esta protección ignífuga, los establecimientos no pueden obtener la habilitación correspondiente para funcionar.
En el hogar también debemos asegurarnos de tomar medidas para evitar los incendios, ya que el fuego puede causarnos daños irreparables en el cuerpo, destrozos en la vivienda, la pérdida de nuestras pertenencias e incluso la muerte. La seguridad en nuestro día a día depende en gran parte de la atención que les prestemos a todas las potenciales fuentes de incendios y para ello podemos optar por diferentes alternativas, como ser el uso de materiales de aislamiento e ignífugos, y la instalación de alarmas y detectores de humo (estos últimos son muy útiles también para los más distraídos que dejan la comida en el hornillo y se distraen con otras actividades).
Como se menciona en párrafos anteriores, los materiales ignífugos son aquellos que resisten el fuego, y pueden usarse en muchas partes del hogar para detener una llama creciente a la vez que protegen las superficies que recubren. Si bien no pueden salvarnos de un incendio de magnitud considerable, nos dan más tiempo para reaccionar y aumentan las probabilidades de conservar la estructura en mejores condiciones una vez superado el incidente.
Los materiales ignífugos se fabrican en diferentes tipos ya que pueden usarse en varias superficies. En el caso de una vivienda, lo ideal es aprovecharlos para aislar las paredes, los pisos y las puertas. Además del objetivo fundamental de su uso, que es evitar la destrucción completa de la estructura, esta práctica evita que el fuego se propague de una habitación a otra.
Uno de los materiales ignífugos más recomendados es la lana de roca, ya que además del aislamiento térmico ofrece protección acústica. Las espumas ignífugas son otra buena opción, ideal para las paredes si se combinan con paneles incombustibles. Si bien el acero es un material muy resistente al fuego, lo supera el hormigón, con lo cual una estructura que lo incluya resulta especialmente segura. Las ventanas también pueden protegerse contra los efectos destructivos del fuego, usando vidrio ignífugo, el cual no estalla ante el aumento de temperatura y por lo tanto nos evita ciertos daños colaterales.