Ante dos caminos posibles, la indecisión es nuestra peor enemiga.
La indecisión es la ausencia de decisión: es decir, la falta de resolución. Aquel que está indeciso sobre algo no tomó una determinación al respecto.
TemasAlgunos ejemplos
A continuación ofrecemos tres oraciones de ejemplo para ver el término en contexto: «El país no puede estar a merced de la indecisión del presidente, por eso es imprescindible que el mandatario se exprese cuanto antes», «La indecisión de mi novio me está haciendo mal», «Cada vez que ingreso a una tienda, me ataca la indecisión ya que no sé si comprar o no».
En el primer ejemplo se habla de un presidente a quien lo caracteriza su indecisión. Este rasgo es uno de los peores que podría tener una persona que se encuentra al frente de un país, ya que tanto en las relaciones internacionales como en los temas nacionales debería poder propulsar medidas de manera ágil y pensando a futuro. El segundo muestra la frustración que puede causar la indecisión de la pareja, mientras que en el último el emisor expresa que esta característica le impide hacer sus compras con espontaneidad.
No hay vida sin decisiones
Es importante mencionar que la necesidad de tomar decisiones es casi constante. La vida cotidiana lleva a las personas a tener que optar entre diferentes alternativas a cada paso: algunas de esas decisiones son muy importantes y otras, intrascendentes o poco relevantes.
Cuando alguien no logra decidirse, muestra su indecisión. Esto puede producirse por múltiples motivos, como el miedo a las posibles consecuencias de la decisión o la falta de confianza en uno mismo.
Muchas veces se asocia la indecisión a la inseguridad. El individuo no se siente seguro para elegir, con lo cual pospone la decisión. Debido a esta actitud, en ocasiones otro sujeto termina decidiendo por el indeciso.
Oportunidades únicas
La indecisión es la peor enemiga de las personas que se ven frente a momentos cruciales en su vida personal, estudiantil o laboral. Esas situaciones en las cuales debemos actuar a tiempo, que no nos ofrecen segundas oportunidades, son las que exigen una reacción casi inmediata y ponen a prueba nuestra capacidad de decisión y nuestra determinación. Las consecuencias de la indecisión en estos casos son muy variadas, ya que dependen de cada caso en particular, pero nunca son positivas y por lo general se ven acompañadas de un profundo arrepentimiento y de mucha frustración.
Supongamos que un joven recibe una propuesta laboral. El muchacho está trabajando en una empresa y, si acepta la proposición, debería renunciar a su puesto para incorporarse a la otra compañía. Esa situación le genera angustia ya que no logra convencerse sobre cuál sería la mejor opción para él: quedarse con su empleo actual o apostar por un cambio. Como su indecisión se prolonga en el tiempo, finalmente la entidad que deseaba contratarlo retira la oferta. Así este trabajador termina perdiendo la posibilidad de decidir qué hacer.
Si la indecisión nos ataca frente a una oportunidad única, podemos perderla para siempre.
Si dicho puesto de trabajo fuera realmente tentador para el muchacho o, peor aún, si fuera el de sus sueños, el peso de no haber tomado una decisión a tiempo podría perseguirlo el resto de su vida. Sabemos que las mejores oportunidades no suelen presentarse más de una vez, y ya una es más de lo que la mayoría de las personas podemos esperar. Dejarlas pasar puede convertirse en una condena que nos imponemos a nosotros mismos, mucho peor que no haberlas recibido.
Sobra decir que una situación de vida o muerte de un ser querido en la cual su salud depende de nuestras decisiones es mucho más importante. No actuar o hacerlo con demasiadas dudas en un caso así roza lo imperdonable. Sin embargo, sin nuestra personalidad nos impide reaccionar de manera inmediata y «sin pensar», quizás no haya nada que podamos hacer para evitar la indecisión.
