Lavarropas es un término que puede emplearse en femenino (la lavarropas) o en masculino (el lavarropas). Así se denomina a la máquina que se utiliza para lavar la ropa.
Mencionado en singular como lavarropas o lavarropa, el concepto es de uso frecuente en el territorio argentino y en Uruguay, aunque en otros países se prefiere la noción de lavadora. Lavarropas y lavadora, por lo tanto, son sinónimos: aluden a lo mismo.
Un lavarropas, en definitiva, es un dispositivo electromecánico que dispone de un tambor adonde se deposita la ropa sucia. Dicho tambor, a su vez, cuenta con orificios que permiten el ingreso de agua.
De esta forma, el lavarropas debe conectarse a la red eléctrica y también a la red de abastecimiento de agua. El usuario tiene que añadir jabón o detergente en el lugar indicado, encender la máquina y abrir la canilla (el grifo). Así, gracias a un motor eléctrico, el tambor del lavarropas gira mientras se va llenando de agua, que se mezcla con el jabón. Por lo general el proceso estándar incluye varios lavados y enjuagues y un centrifugado para que las prendas queden lo más secas posibles.
Los lavarropas más modernos poseen sensores que permiten controlar la velocidad de giro del tambor y la temperatura del agua, entre otras variables. También indican el tiempo que demora el lavado.
A nivel general, existen dos grandes tipos de lavarropas: de apertura o carga superior y de apertura o carga frontal. En el caso de los lavarropas de apertura superior, la puerta que brinda acceso al tambor se encuentra en la parte de arriba, mientras que en los lavarropas de apertura frontal, se halla en el sector de adelante.
La historia del lavarropas nos remonta a finales del siglo XVII, más precisamente al año 1690, cuando en Inglaterra se registró la primera patente, la cual se incluyó en la categoría de máquinas de lavar y escurrir. Sobra decir que este primer prototipo no operaba con electricidad, sino de forma absolutamente manual y mecánica.
Casi un siglo más tarde, en 1767, el inventor alemán Jacob Christian Schäffer publicó un diseño propio, y así fueron apareciendo más y más, cada uno con ciertas características propias que ofrecían mayor comodidad o mejor rendimiento. En 1782, por ejemplo, el inglés Henry Sidgier obtuvo una patente para un modelo con tambor giratorio, y en 1862 apareció el primer lavarropas giratorio compacto en la Exposición Universal de Londres.
Una desafortunada anécdota relacionada con la historia del lavarropas tuvo lugar en Estados Unidos entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuando un incendio en la Oficina de Patentes destruyó todo rastro de la patente que el inventor Nathaniel Briggs había obtenido en 1797. Si hubiera quedado constancia, hoy en día podría ser declarado oficialmente como el primer norteamericano en haber patentado un lavarropas.
Uno de los inventos más interesantes para los usuarios de aquel entonces eran los «rodillos de escurrido», que permitían pasar la ropa entre ellos como si se tratara de masa para pasta fresca con el objetivo de quitarle todo el agua que hubiera absorbido y dejarla lista para tender al aire libre. Esto resultaba mucho mejor que estrujarla a mano ya que evitaba las arrugas y, sobra decir, disminuía el esfuerzo físico.
A comienzos del siglo XX aparecieron los primeros lavarropas eléctricos en Norte América y para 1930 habían alcanzado un importante nivel de popularidad. Tan sólo en 1940 se estima que había uno en seis de cada diez casas con acceso a la luz eléctrica. No pasó mucho tiempo hasta que se convirtiera en un artículo de uso masivo a nivel mundial, y así surgieron las grandes marcas que hoy en día dominan el mercado del lavarropas.