Varias décadas antes de Cristo, el emperador romano Augusto contaba con un consejero que además se dedicaba a impulsar las artes: Cayo Mecenas. Este hombre solía proteger a poetas y creadores y patrocinaba sus actividades.
A partir de este personaje histórico, surgió el sustantivo común mecenas. Así se denomina al individuo que apoya económicamente a artistas y escritores, facilitándoles el desarrollo de su trabajo.
Se conoce como mecenazgo al patrocinio que se concede a sujetos dedicados a alguna actividad creativa o intelectual. El mecenas brinda un auspicio material, aunque muchas veces también usa sus influencias o su poder para dar su ayuda.
En la antigüedad, el mecenas solía ofrecer su colaboración de manera directa y desinteresada. Su accionar estaba vinculado a la satisfacción que experimentaba al favorecer la creación de obras artísticas.
Debemos detenernos en el desinterés de los mecenas, ya que en su definición más pura se trataba de quienes sostenían la producción de los artistas cuyas obras no estuvieran orientadas al mercado, sino al mero desarrollo personal y el crecimiento a nivel técnico.
Aunque en la actualidad la idea que tengamos de la Iglesia sea muy diferente, en la Alta Edad Media fue casi la única institución que patrocinó a los artistas en general, ejerciendo el rol que podríamos igualar al del mecenas. Esto se debe a que poseía el monopolio casi absoluto sobre las actividades de carácter intelectual, y esto se traducía en encargos a especialistas en diferentes campos para la realización de diversas obras.
La Alta Edad Media comenzó en el siglo V y finalizó entre el IX y el X, y reúne la historia del continente Europeo y Oriente Medio. Ya en la Baja Edad media, entre los siglos XIV y XV, el mecenazgo por parte de individuos o instituciones más allá de la Iglesia, se volvió cada vez más común. Entre los mecenas más frecuentes se encontraban los miembros de familias aristocráticas, algunas instituciones sociales y políticas y ciertas monarquías autoritarias en pleno desarrollo.
Actualmente el mecenazgo suele desarrollarse a través de instituciones. Un millonario, por ejemplo, puede encargarse de solventar la construcción y el funcionamiento de un museo dedicado a exhibir cuadros de artistas jóvenes. La entidad además concede becas y subvenciones a los pintores. El magnate, por lo tanto, asume el rol de mecenas.
Existen otras formas de ejercer el rol de mecenas, aunque de forma menos directa o específica, como ser la creación de fundaciones dedicadas a la exposición de los niños a las diferentes disciplinas artísticas y profesionales para ayudarlos a encontrar su vocación.
Dependiendo de las características de la crianza, no todos descubrimos nuestros talentos de pequeños, sino que muchas veces necesitamos de alguien externo a la familia que nos guíe con su experiencia, y es en estos casos en los cuales un mecenazgo con dichas características resulta ideal.
El micromecenazgo, por otra parte, es un sistema de donaciones que se desarrolla en Internet. Todas las personas pueden aportar una pequeña suma de dinero para que un proyecto se concrete, desempeñándose de este modo como mecenas.
Conocido en inglés como crowdfunding, el micromecenazgo va más allá de lo artístico. Es posible apoyar a deportistas que necesitan fondos para competir o a activistas que desean concretar una campaña, por citar dos posibilidades.
Si bien no es común usar el término mecenas en este contexto para hacer referencia a las personas que han colaborado con un determinado proyecto, técnicamente podríamos decir que ése es su rol. Por lo general, sin embargo, la prensa se refiere a ellos como «inversores», ya que sin duda han invertido su dinero para apoyar a los creadores.
