El adjetivo naval, que procede del latín navālis, tiene dos grandes usos. La primera acepción que menciona el diccionario de la Real Academia Española (RAE) alude a aquello vinculado a la navegación (desplazarse por el agua) y a las naves (las embarcaciones).
La arquitectura naval, en este marco, es el conjunto de técnicas y conocimientos que posibilitan la construcción de barcos. Estos medios de transporte navegan por diferentes cuerpos de agua según sus características, cumpliendo múltiples funciones.
Todo aquello asociado con la navegación forma parte del universo naval. Gracias a los expertos en cuestiones navales, una embarcación puede zarpar de un puerto; navegar por un océano, río, lago o laguna; y arribar a otro puerto, realizando el viaje de manera segura y eficiente.
Naval también puede aludir a lo relacionado con la Armada: las fuerzas navales que pertenecen a un Estado. Al puerto gestionado y dirigido por la Armada, que incluye diversos tipos de instalaciones logísticas, se lo denomina base naval.
Una táctica naval, en tanto, indica cómo deben formarse las embarcaciones que entrarán en combate y qué movimientos tienen que realizar. Esta táctica depende de la estrategia diseñada para las escuadras.
Muchas instituciones que funcionan bajo la órbita estatal llevan el término naval en su nombre. En Argentina, por mencionar un caso, existen la Prefectura Naval (una fuerza de seguridad que protege el Mar Argentino y las vías de navegación interiores), la Escuela Naval Militar (un establecimiento educativo que depende de la Armada) y el Hospital Naval (destinado a la atención del personal de la Armada y sus familias).
Este término se encuentra en el nombre de uno de los juegos más populares de todos los tiempos, la batalla naval, que también se conoce como hundir la flota, hundiendo barquitos o juego de los barquitos. Si bien existen versiones comerciales, su característica principal es que solamente se requieren dos hojas de papel y dos lápices para jugarlo, de manera que no se trata de un artículo de lujo.
La primera vez que el juego de la batalla naval se comercializó en formato de juego de mesa fue en el año 1931, cuando la empresa estadounidense Milton Bradley lanzó una versión al mercado. Con el correr de los años surgieron muchas otras, casi todas con tableros y fichas en lugar de papel y lápiz.
Las reglas básicas de la batalla naval son las siguientes:
* deben jugar dos personas, cada una con una hoja o un tablero donde dibujar o colocar sus barcos;
* el tablero debe estar dividido en una grilla de cien casillas, organizados en diez columnas por diez filas. Las columnas se numeran y las filas se identifican con las primeras letras del abecedario;
* cada jugador debe colocar un cierto número de barcos de diferentes extensiones en la grilla;
* por turnos, deben intentar adivinar la ubicación de los barcos enemigos, nombrando una casilla por vez;
* el primero en encontrarlos todos, gana.
Dependiendo de la región, los jugadores dicen diferentes palabras para indicar un acierto o un fallo de su contrincante; por ejemplo: «tocado», cuando encuentra una parte de una nave; «agua», cuando no encuentra ninguna; «hundido» cuando encuentra todas las partes de una misma nave o bien una de las que miden una sola casilla. Algunas alternativas a «tocado» son «toque», «averiado» e «impacto».
Una de las variantes de la batalla naval permite que cada jugador intente adivinar más de una casilla por turno; en este caso es posible que se dé un empate, si ambos terminan de hundir todos los barcos ajenos al mismo tiempo. Dado que se puede jugar sin necesidad de energía eléctrica, es ideal para pasar el rato durante un corte de luz.