Una ordalía era un rito que, en la Edad Media, se llevaba a cabo con el objetivo de determinar la inocencia o la culpabilidad de un individuo acusado de algo. También conocida como juicio de Dios, se trataba de una institución que, mediante la fórmula ritualizada, posibilitaba la invocación divina y la posterior interpretación de sus designios.
Resolución sobrenatural
La ordalía implicaba recurrir a un mecanismo con consecuencias sensibles que se tomaban como una manifestación del juicio de la divinidad. Del resultado del ritual se infería si el acusado era inocente o culpable.
Como se puede advertir, con la ordalía no se buscaban pruebas fehacientes ni concretas, sino que se arribaba a una resolución a través de un elemento mágico o sobrenatural. Por eso se fue dejando de lado hasta adoptar otro tipo de procedimientos.
Procedimiento
Cuando alguien era acusado de violar las leyes o de incurrir en el pecado, podía ser sometido a la ordalía. La práctica solía consistir en el desarrollo de algún tipo de tortura y, de acuerdo a cómo la resistía el juzgado, se determinaba la inocencia o la culpabilidad.
Si la persona sobrevivía o no sufría grandes lesiones con la ordalía, se creía que era inocente para Dios y, por lo tanto, no debía sufrir un castigo. En cambio, las heridas de gravedad o la muerte reflejaban que era culpable ante los ojos divinos.
Tipos de pruebas
La prueba de fuego era una ordalía que forzaba al acusado a caminar descalzo sobre carbones encendidos o a introducir una mano en un brasero. Como se explica más arriba, a través de esta prueba creían conseguir la confirmación o la negación de la culpabilidad del acusado; en este caso particular, si lograba atravesar el fuego sin sufrir quemaduras graves, se consideraba inocente. Nótese que en la actualidad se habla de prueba de fuego para hacer referencia a una evidencia que sirva para validar la utilidad de una cosa o la veracidad de una afirmación, entre otras cuestiones.
También existió la prueba del hierro candente, que consistía en poner al rojo vivo una serie de objetos fabricados en hierro y obligar al acusado a tocarlas con su mano. La ordalía del agua, por otra parte, podía hacer que la persona introdujera la mano en un caldero con agua hirviendo para extraer un objeto. La gravedad de la acusación repercutía directamente en el grado de inmersión, que iba desde la mano hasta el codo. Una vez que pasaban tres días, un médico examinaba las heridas y si no habían derivado en una gangrena, el individuo quedaba en libertad.
Nótese que esta ordalía debía llevarse a cabo en un iglesia, frente a varios testigos purificados y en plena oración para pedirle a Dios que revelase la verdadera naturaleza del acusado. Con respecto a la época, fue vigente hasta el siglo XII. Otra versión consistía en atar al acusado e introducirlo en un curso de agua fría. Ésta se reservaba para los acusados de actos de brujería, y solamente se perdonaba a quien sobreviviese a tal terrible tortura. Se cree que su creación tuvo lugar en torno al siglo IX a cargo del Papa Eugenio II.
Es interesante señalar que esta prueba tuvo al menos dos versiones opuestas en lo que a la evidencia se refiere: por un lado, en una época se creía que si el cuerpo se hundía en el agua la persona era realmente culpable, pero también tuvo lugar la creencia opuesta. En cualquier caso, dada la violencia que suponía para el cuerpo someterlo a una corriente de agua fría sin ninguna protección térmica, muchos acusados morían luego de ser «rescatados», independientemente del veredicto al que hubiesen llegado las autoridades.