Parloteo es el acto y resultado de parlotear. Este verbo (parlotear), en tanto, alude a hablar durante periodos prolongados sobre cuestiones sin importancia, a modo de pasatiempo.
Puede afirmarse que el parloteo es una charla insustancial entre dos o más individuos. Los temas que se tratan no son profundos y la conversación no es más que una simple diversión o un intercambio intrascendente.
Por ejemplo: “Estuvimos toda la noche de parloteo”, “Escuché durante una hora el parloteo de dos jóvenes que venían sentadas delante de mí en el tren”, “Me aburre el parloteo: si no tengo nada interesante para decir, prefiero permanecer en silencio”.
En diversos tipos de acontecimientos sociales es habitual que aparezca el parloteo. En una fiesta, por mencionar un caso, es frecuente que quienes recién se conocen conversen para pasar el rato. En estos parloteos no hay reflexiones hondas ni se comparte información privada, sino que suelen comentarse noticias de interés general o cosas superficiales.
Si una persona tiene interés de acercarse a otra con el objetivo de entablar una relación sentimental o de índole sexual, por lo general el contacto se inicia con un parloteo. Luego la charla puede adquirir otros matices, o incluso puede finalizar sin avances de ninguna clase.
En determinados contextos, el parloteo es negativo. Una reunión laboral organizada para solucionar problemáticas urgentes de una empresa no puede derivar en un parloteo sin sentido ya que supone una pérdida de tiempo y los problemas seguirán sin resolverse. Si dos presidentes se reúnen para tratar una agenda en común, el parloteo tampoco puede ser la base del encuentro.
Todo esto nos indica que el parloteo puede ser positivo en ciertos ámbitos pero negativo en otros. Sus características esenciales no cambian, ya que en todos los casos se trata de una conversación sin un objetivo bien definido, pero esta falta de profundidad puede ocasionar problemas si hace interferencia en los planes de los integrantes.
Retomando el ejemplo de una fiesta, tal como puede ser un cumpleaños, una boda o alguna otra celebración de tipo religioso como un bautismo o una primera comunión, no es raro que el número de invitados se cuente en decenas, y esto acarrea un ambiente de confusión que vuelve muy difícil mantener conversaciones específicas y centradas en temas de gran relevancia. Por el contrario, la distensión propia de una reunión informal abre las puertas al parloteo porque durante unas horas es «legal» no actuar de manera responsable.
Claro que si estamos conociendo a alguien con quien compartimos gustos no siempre es conveniente inclinarse por este tipo de conversaciones vacías. Supongamos que nos encontramos con una persona que tiene la misma profesión que nosotros, una especialmente rara, y que deseamos entablar un lazo porque sabemos lo difícil que es vivir una coincidencia de este tipo: lo mejor que podemos hacer es hablar de nuestra pasión por el oficio, de las razones por las cuales lo escogimos, de los desafíos que nos ha presentado a lo largo de los años y de nuestras expectativas laborales para el futuro; si, en cambio, hablamos del clima y las noticias, quizás el otro pierda interés en nosotros en unos minutos.
Del otro extremo se encuentra una conversación que nos vemos obligados a mantener con alguien que no nos cae bien. Por ejemplo, en una fiesta empresarial es muy común tener que saludar a mucha gente que no conocemos o cuyas actitudes detestamos. En un caso como este, el parloteo puede ser la mejor herramienta para mantener a estas personas a una cierta distancia y pasar el rato de la forma más amena posible hasta que se termine la reunión.