Perecedero es un adjetivo que señala aquello poco durable y que, por lo tanto, ha de perecer (dejar de ser, acabar). Por ejemplo: “No te engañes: esto es algo perecedero; la realidad es muy diferente”, “No puedes salir de expedición al desierto y llevar contigo comida perecedera”, “La riqueza material es perecedera; los valores son eternos”.
Se conoce como alimentos perecederos a aquellos que inician su descomposición de manera rápida y sencilla. Este deterioro está determinado por factores como la temperatura, la presión o la humedad.
Caducidad de los alimentos perecederos
Las verduras y las frutas, si no han atravesado ningún proceso, se consideran alimentos perecederos, ya que deben conservarse en frío y consumirse antes de determinada fecha (la fecha de caducidad o fecha de vencimiento) para evitar que se descompongan y se echen a perder.
Las bacterias y los hongos están entre los microorganismos capaces de destruir los alimentos perecederos. Estos alimentos frescos cuentan con enzimas que favorecen la degradación y que alteran el sabor y la textura, entre otras características.
Otra categoría de alimentos son los semi-perecederos, que también se deterioran con relativa facilidad aunque permanecen a salvo de los daños por más tiempo. Entre estos alimentos pueden mencionarse a los tubérculos y las nueces.
Alternativas para extender su conservación
Para conservar los alimentos perecederos, la mejor opción es utilizar heladeras (también conocidas como frigoríficos o refrigeradores) o congeladores, que ofrecen un entorno con bajas temperaturas.
Otra posibilidad es incluir aditivos químicos como sales o ácidos en los alimentos para evitar el desarrollo de microorganismos. De esta forma, los alimentos logran conservar sus propiedades nutricionales durante más tiempo.
La importancia de los alimentos no perecederos
Las campañas de colecta para los más necesitados siempre solicitan la donación de alimentos no perecederos, por diferentes razones. En primer lugar, dado que el proceso de recolección, organización y repartición de las donaciones puede ser muy extenso, no sería posible o conveniente trabajar con frutas y verduras frescas.
Por otro lado, un gran porcentaje de los beneficiados por dichos movimientos no cuentan con los medios para conservar los alimentos (como las mencionadas heladeras).
Un ensayo de Freud
En un interesante ensayo escrito por Sigmund Freud en el año 1915, titulado «Lo perecedero», el padre del psicoanálisis pone de manifiesto nuestra dificultad para aceptar la pérdida de todo lo que amamos, la muerte de lo bello, la desaparición de nuestras creaciones, y expone dos puntos de vista opuestos ante dicho fenómeno: la negación de la muerte y la imposibilidad de disfrutar de la vida por anticiparse a su final.
Resulta curioso que en un siglo, ciertos mecanismos de nuestra mente no hayan cambiado, que sigamos siendo vulnerables a muchas de las mismas situaciones (sino a todas), y que continuemos negándonos el placer que nos puede proporcionar el contacto con la naturaleza y con las demás personas, permitiendo, en cambio, que nos ahogue la mera idea del paso del tiempo y de sus inevitables consecuencias en nuestros objetos amados.
Entre los puntos a destacar de esta breve obra se encuentra una reflexión acerca del valor de las cosas perecederas: ¿es acaso menos bella una flor, sólo por tener una vida finita? ¿Pierde profundidad una obra artística si, pasados unos siglos, desaparece en el olvido o deja de ser apreciada por las generaciones futuras? Freud se niega a aceptar tal posibilidad; por el contrario, sostiene que el hecho de que estos seres y objetos perezcan los vuelve más especiales.
Por otro lado, la aceptación de la muerte nos ayuda a liberarnos y a seguir adelante; no dejamos de recordar con anhelo al ser que ya no se encuentra a nuestro lado, pero sí podemos entablar nuevas relaciones, continuar enriqueciéndonos, amar y ser amados aceptando que, así como ha ocurrido antes, mucho de cuanto nos rodea perecerá.