De la palabra latina “pyropus” procede el término piropo. No obstante, no hay que pasar por alto que esa, a su vez, emana de la griega “pyropos”, que puede traducirse como “rojo fuego” o “fuego en la cara”. Y es que es fruto de la suma de “pyros”, que es sinónimo de “fuego”, y “ops”, que es equivalente a “cara”.
Una de las acepciones más habituales del concepto piropo está vinculada al halago que se le expresa a una mujer.
Por ejemplo: “Iba cruzando la plaza cuando un muchacho me gritó un piropo desde un automóvil”, “A mi novia la conquisté a base de piropos que le enviaba por el chat”, “Me gustan los piropos cuando son románticos y no vulgares”.
Lo habitual es que los piropos halaguen la apariencia física de una persona. En algunos casos, incluyen un componente sexista y ofensivo, lo que puede hacer que la mujer sienta que la están acosando.
Si un hombre observa a una mujer que pasa frente a la puerta de su casa y le dice algo como “Voy a avisarle a Dios que las puertas del Cielo están abiertas: se acaba de escapar un ángel y lo estoy viendo en estos momentos”, podrá indicarse que el sujeto en cuestión le dijo un piropo a la dama.
No obstante, hay que establecer que muchas son las mujeres que, por muy galantes que sean los piropos que les dicen, consideran que esa actitud es machista y carente de toda lógica en pleno siglo XXI.
Cuando se piensa en piropos, a la mayoría se nos viene a la mente una imagen que es la que se ha transmitido al respecto en multitud de películas, series de televisión e incluso anuncios. En concreto, nos estamos refiriendo a esa en la que una mujer comienza a andar por una calle y cuando pasa por una obra los albañiles que están trabajando en esta no sólo la miran sino que le lanzan distintos comentarios sobre su belleza o su físico.
Uno de los “profesionales” del piropo fue un personaje argentino que fue conocido popularmente como Jardín Florido. Se trataba de Fernando Albiero Bertapelle (1875 – 1963), que lanzaba singulares y excelsos elogios a las mujeres que transitaban por las calles de Córdoba. Refinados y corteses eran tanto sus modales como los piropos que lanzaba, de ahí que fuera visto como un auténtico poeta.
Este significado de la noción de piropo está vinculado a un mineral que se considera como una piedra preciosa. El piropo, en este sentido, forma parte del grupo de minerales que reciben el nombre de granates y se caracteriza por su tonalidad rojiza. Como, en la antigüedad, los jóvenes de España solían regalarles estos piropos a las muchachas que deseaban conquistar, el término empezó a usarse en sentido simbólico para referirse a la clase de frases mencionada líneas arriba.