El término plurívoco no forma parte del diccionario de la Real Academia Española (RAE). Sin embargo, hay quienes lo utilizan como antónimo de unívoco.
Procedente del latín tardío univŏcus, unívoco refiere a aquello que tiene un solo nombre o sentido. Lo unívoco conserva siempre el mismo significado y no deja lugar a dudas de interpretación.
Lo contrario a lo unívoco, en este marco, es lo plurívoco. Por eso un discurso plurívoco puede interpretarse de distintas maneras.
La poesía, por mencionar un caso, tiende a ser plurívoca. Los autores recurren a imágenes abstractas y tropos que cada lector puede recibir de diferentes formas, generándose así múltiples lecturas.
Si bien la poesía es un ejemplo que se cita con mucha frecuencia para hablar de múltiples interpretaciones, se puede decir que el arte en general es plurívoca, ya que nunca ofrece un discurso completamente explícito, algo que sí puede ocurrir en el periodismo o las leyes, por ejemplo.
En una obra artística, de cualquier tipo, existen una serie de silencios, de «huecos» que la persona que la recibe debe completar haciendo uso de su intuición, basándose en su propia experiencia, para convertirla en algo único, diferente de la percepción que tienen las demás. Se dice que nunca hay dos personas que lean el mismo libro, que escuchen la misma canción o vean la misma película, ya que cada una la interpreta a su manera, con diferencias más o menos acentuadas.
Es importante subrayar que estas diferencias en la interpretación de una obra artística son naturales y se consideran perfectamente aceptables; es decir, no pueden ser «incorrectas», ya que el arte nos conecta con nosotros mismos y nos descubre cosas que no solemos ver en situaciones normales, algo que los creadores no pueden controlar. Un cantautor escribe una canción basado en su propia experiencia, pero no puede pretender que sus seguidores la entiendan de una sola manera; una vez que la publica, probablemente se sorprenda al enterarse de las nuevas formas que han adquirido sus versos, mucho más allá de los límites de su imaginación.
Todo esto se invalida cuando el carácter de un texto es informativo, por ejemplo. Pensemos en un ejemplo básico: un manual de instrucciones. Cada paso que figure en sus páginas debe ser interpretado de una sola manera, ya que un error en la comprensión puede derivar en un accidente. Para conseguir este grado de claridad es muy importante que el redactor haga uso de un lenguaje absolutamente directo, sin ornamentos ni frases ambiguas.
La siguiente oración de ejemplo no contiene un lenguaje plurívoco: «Tome la pieza número tres por la base (la parte más gruesa) y colóquela en el hueco de la número diez, presionando hasta que sólo sobresalga su base (véase figura b)». Esto debe entenderse de una sola manera, y cualquier otra es, por definición, incorrecta.
En un sentido filosófico, el amor es un sentimiento plurívoco. Cada individuo entiende al amor de diversos modos, ya que puede asociarse al compañerismo, el respeto, la solidaridad, la pasión o la reciprocidad, por señalar algunas posibilidades. No existe, pues, una única definición de amor.
Ciertos movimientos sociales o políticos, por otra parte, pueden calificarse como plurívocos. Puede decirse que el peronismo, surgido en Argentina a partir de la doctrina desarrollada por Juan Domingo Perón, es un movimiento plurívoco: cuenta con dirigentes y militantes que se identifican con la izquierda y otros con la derecha. A su vez, hay peronistas que promueven la intervención estatal en el mercado y otros que impulsan el liberalismo.
Algo similar puede expresarse respecto al feminismo. Este colectivo incluye a quienes defienden los derechos de las mujeres y luchan por la igualdad de género, aunque para cumplir con dichas metas se puede recurrir a una amplia gama de caminos. Además, más allá de la coincidencia en el objetivo general, las personas que se identifican con el feminismo pueden discrepar en muchos otros temas.