El vocablo latino praecautio llegó al castellano como precaución. Así se denomina al cuidado que se tiene para evitar un problema o un perjuicio.
La precaución surge ante la advertencia de un riesgo. Al detectar un posible inconveniente vinculado a una acción o una conducta, la persona actúa con precaución para minimizar la posibilidad de que el daño se concrete.
Un automovilista, por mencionar un caso, siempre debe conducir con precaución. Esto quiere decir que tiene la obligación de prestar atención a su entorno, ser prudente y respetar las normas de tránsito: de lo contrario, puede colisionar o atropellar a un peatón. La precaución incluso debe resultar mayor ante condiciones adversas (como la niebla, que dificulta la visión, o el hielo sobre la calzada, que hace que el vehículo se deslice y no pueda frenar con normalidad).
Múltiples objetos, por otra parte, deben manipularse con precaución. Un policía está autorizado a llevar consigo un arma de fuego, pero tiene que hacerlo de manera segura para que no se dispare de forma accidental. Un cuchillo, en tanto, es un utensilio doméstico cuyo uso requiere precaución para que no produzca lesiones.
Supongamos que, en una vivienda, hay una botella con veneno para ratas. Este producto es utilizado por la familia en ciertas ocasiones para combatir a los roedores, que pueden transmitir enfermedades. Por su toxicidad, esta sustancia debe emplearse con precaución. Los adultos no pueden dejar el veneno al alcance de los niños ni guardarlo junto a la comida y la bebida que consume el grupo familiar, por ejemplo. Sin esa precaución, puede llegar a producirse una fatalidad.
Para evitar éstas y otras desgracias, los fabricantes de ciertos productos tienen la obligación legal de incluir en sus manuales de instrucciones una sección dedicada precisamente a «las precauciones de uso». Si bien la variedad en este contexto es muy amplia, en especial porque abarca dispositivos electrónicos de todo tipo, productos para el hogar y medicamentos, existen algunos puntos en común que ayudan al consumidor a entender la importancia de tales recomendaciones.
Sin lugar a duda, la presencia de dibujos y símbolos gráficos puede resultar muy útil para transmitir los riesgos de ciertas prácticas. Esto se da en particular porque algunas personas no se detienen a leer las precauciones antes de usar un producto por primera vez, sino que pasa las hojas rápidamente hasta llegar a las instrucciones de encendido, por ejemplo; si en el camino se encuentra con el dibujo de una calavera, es probable que se detenga.
Uno de los riesgos más comunes que acarrea la gran mayoría de los productos comerciales es el ahogamiento con las bolsas de plástico. No es raro que los aparatos se distribuyan envueltos en bolsas, dispuestos en estructuras de poliestireno expandido y dentro de una caja de cartón. Cuando llegamos a casa después de la compra o cuando la recibimos por parte del servicio de mensajería, por lo general abrimos el envoltorio y nos disponemos a estrenar el producto; si dejamos las bolsas sueltas, al alcance de un niño pequeño o una mascota, pueden ahogarse por jugar con ellas sin ser conscientes del alcance de sus actos.
Por eso es tan importante incluir una lista detallada de precauciones junto con las instrucciones de uso de cualquier artículo que pueda acarrear algún riesgo, por pequeño que sea. Claro que ciertas empresas pecan de exageradas a la hora de elaborar esta lista, porque incluyen frases como «no lave con agua (el teléfono móvil)» o «no ingiera (las baterías)», entre otras recomendaciones que cuesta mucho tomar con seriedad. Sin embargo, si no las incluyeran bastaría con que un solo usuario hiciera una de esas cosas para que pudieran demandarlas.