Las preguntas retóricas son aquellas que se realizan sin esperar una contestación. Incluso pueden no contar con un destinatario específico.
Por lo general, cuando preguntamos algo a alguien, lo que solemos hacer es interpelar a la persona en cuestión con el objetivo de que nos brinde una respuesta con la información que buscamos. De esta manera, podemos preguntar dónde queda una dirección o qué hora es, por citar dos preguntas frecuentes.
Sin embargo, eso no ocurre con las preguntas retóricas. Estas interrogaciones pueden considerarse como una figura literaria o un recurso expresivo. A diferencia del resto de las preguntas, que apuntan a obtener un dato del interlocutor, las preguntas retóricas intentan que el oyente reflexione sobre un asunto o que adopte un cambio en su conducta.
Ejemplos de pregunta retórica
Supongamos que un joven le cuenta a un amigo que planea cruzar una avenida con los ojos cerrados para hacer una broma. Al escuchar la idea, el otro muchacho le pregunta: «¿Estás loco?». Esta pregunta no espera una respuesta, sino que intenta llamar la atención de la otra persona para que cambie de parecer.
Las preguntas retóricas son frecuentes en los vínculos en los que existe una autoridad y un subordinado. Una maestra, de este modo, puede preguntar a un alumno: «¿Cómo tengo que pedirte que hagas silencio mientras doy la clase?». Otra posibilidad es que la madre interrogue a su hijo: «¿En qué idioma debo hablarte para que me hagas caso?».
Cabe destacar que las preguntas retóricas incluso pueden ser cuestionamientos a uno mismo: «¿Qué me ocurre hoy?», «¿Por qué vuelvo a cometer el mismo error?». Además, la pregunta retórica, que también se conoce con el nombre de erotema, es una figura que puede contener la respuesta en sí misma, o bien utilizarse por saber que no es posible hallar una respuesta precisa o satisfactoria.
Uno de los usos que tiene la pregunta retórica gira en torno a enfatizar un sentimiento o una idea, y muchos autores de diversos géneros literarios, sino todos, han aprovechado y continúan aprovechando este recurso para intensificar sus obras y darles más profundidad, para generar una puerta abierta que deba explorar el lector, aunque no conduzca a un punto específico.
El concepto en la literatura
Veamos algunas de las preguntas retóricas que han aparecido en obras de escritores y escritoras de gran reconocimiento a lo largo de la historia: «¿Por qué este inquieto, abrasador deseo?», del poema «A Jarifa, en una orgía» de José de Espronceda; «¿Serás, amor, un largo adiós que no se acaba?», del poema «¿Serás, amor…?» de Pedro Salinas; «¿En dónde la verde alegría si un mal viento la torna negra?», de Rafael Alberti; o «¿Quién me puede sacar de éste mi cruel momento que apenas me puedo parar por tener el cuerpo muerto?», del poema «Muriendo por dentro» de Claudia Prado.
Una clara diferencia que se aprecia entre una pregunta retórica utilizada en el ámbito de la poesía y una perteneciente al habla cotidiana es que la primera puede contener varias ideas cuidadosamente entretejidas, o bien que surjan sin temor desde lo más profundo del alma y susciten un sinfín de nuevos interrogantes, que hagan de la pregunta un punto de partida a la introspección, mientras que la segunda suele enfocarse en una problemática bien definida y generalmente se emite en forma de queja o lamento fácil de comprender, aunque no de resolver.
Por otro lado, dado que el arte de escribir surge de una exploración de los propios sentimientos y de las experiencias, la pregunta retórica como figura usada en una obra literaria tiene más posibilidades de hallar una respuesta, o al menos de orientarnos hacia ella, mientras que el cotidiano «¿Por qué todo me pasa a mí?» -que debería poder responderse con un sencillo «porque no eres responsable«, «porque te juntas con la gente equivocada» o «porque dejas todo para último momento«, por ejemplo- parece repetirse eternamente por la falta de reflexión cada vez más propia del ser humano.