El término ridículo puede tener dos raíces etimológicas diferentes, que le aportan distintos significados según reconoce el diccionario de la Real Academia Española (RAE).
Por un lado, ridículo puede proceder de reticŭlus, un vocablo latino. En este caso, la noción hace referencia a una bolsa de mano que utilizaban las mujeres para trasladar ciertas pertenencias menores, como los pañuelos.
Más usual es el uso de la palabra ridículo cuando se la toma como una derivación de ridicŭlus: ridículo se convierte entonces en algo extravagante, raro o peculiar. Por ejemplo: “Nunca usaría un pantalón tan ridículo”, “No entiendo por qué la cantante ahora se viste de manera ridícula, si cuando comenzó su carrera era muy elegante”, “Le consulté acerca de la actividad de su hijo y me dio una respuesta ridícula que no comprendí”.
Lo ridículo, algo absurdo
Lo ridículo, por lo tanto, puede ser algo absurdo que provoca burlas. Un hombre que asiste a un casamiento con una camisa violeta con lunares amarillos podrá ser calificado como ridículo ya que dicha vestimenta es estrafalaria y no respeta los criterios elementales de la elegancia.
Es muy importante señalar que la noción de ridículo es absolutamente subjetiva, por lo cual no es posible saber si la persona tildada de esta manera sufrirá o no al respecto hasta conocerla y saber qué piensa acerca de las opiniones de los demás. Muchos comediantes apelan a un estilo que se basa en el autodesprecio para conseguir fama y popularidad: hacen todo tipo de cosas que los ponen en ridículo, cuentan historias que los dejan mal parados, se muestran intencionalmente torpes o poco agraciados, y es gracias a estas tácticas que se ganan la vida y alcanzan sus sueños.
De la aceptación al rechazo
Por lo tanto, no es muy probable un comediante famoso se sienta herido si lo llaman ridículo. Distinto es el caso de una persona que se preocupa mucho por la forma en la que los demás perciben su imagen; en la etapa estudiantil es donde primero se puede evidenciar las expectativas que cada individuo tiene de la sociedad, ya que comienza a formar parte de ella activamente, y «ridículo» es uno de los términos menos hirientes que los niños utilizan para atacar verbalmente a sus compañeros, aunque eso no significa que no cause dolor.
Como en todos los casos, las palabras tienen un peso negativo solamente si consiguen penetrar hasta nuestros puntos débiles: si una persona se esmera en la elaboración de una presentación para exponer una idea frente a sus compañeros de trabajo y cuando finaliza le dicen que ha hecho el ridículo, es probable que exista un daño a nivel emocional; si, por otro lado, a un cómico le dicen que «nunca habían conocido a alguien tan ridículo», puede tratarse de un halago, de las palabras exactas que esperaba oír en respuesta a sus espectáculos.
Lo ridículo y el valor nulo
El adjetivo también se aplica sobre aquello de valor reducido o que tiene nula estimación: “Me ofrecieron un salario ridículo así que rechacé la propuesta”, “El diputado presentó un proyecto ridículo, que no puede llevarse a la práctica de ninguna manera”.
Del mismo modo, es posible utilizar el adjetivo «ridículo» y el sustantivo «ridiculez» para describir una situación que nos parece disparatada o inaceptable, generalmente con una connotación negativa o en el contexto de una discusión fuerte. Por ejemplo, tras una acusación muy comprometedora, el interlocutor puede descalificarla asegurando que se trata de una ridiculez.
Ridículo, por último, puede usarse como sustantivo en relación a la situación o condición de una persona en ciertos contextos: “Prefiero no cantar en público ya que no me gusta hacer el ridículo”, «Si sigues haciendo el ridículo ya no podrás quejarte de que nadie quiera estar en público contigo».