Una vivienda digna es una edificación que permite a sus habitantes vivir de manera segura, confortable y en paz. La noción, por lo tanto, se vincula a ciertas características estructurales y ambientales de la morada en cuestión.
Cabe destacar que la vivienda es un espacio techado y cerrado donde las personas habitan. El término puede usarse como sinónimo de casa, hogar, residencia o domicilio. Digno, por su parte, es algo que dispone de dignidad y que, por lo tanto, se puede tolerar o utilizar sin deshonra.
Derecho a la vivienda digna
Es importante tener en cuenta que el derecho a la vivienda forma parte de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) destaca en diversos documentos que dicha vivienda debe ser «digna y adecuada»: es decir, tiene que permitirle al individuo alcanzar un nivel de vida aceptable.
Una persona puede vivir en una casilla con paredes de cartón, techo de lona y piso de tierra, sin cloacas ni electricidad. Aunque dicha casilla es la vivienda del sujeto, no se puede definir como un espacio digno ya que las condiciones de vida que propicia ese tipo de casas son precarias.
Una vivienda digna, en cambio, debe proporcionar aislamiento frente a las condiciones climáticas (es decir, tiene que proteger al morador del calor, el frío, las precipitaciones, etc.), tener una estructura segura (sin correr riesgo de derrumbe), contar con servicios básicos (acceso a agua potable, desagües, energía) y estar ubicada en un entorno que facilite la comunicación y los traslados. La vivienda digna, además, tiene que brindar seguridad jurídica al habitante.
Las necesidades reales
Como sucede con la mayoría de los pilares de nuestra civilización, los seres humanos aceptamos el concepto y las implicaciones de vivienda digna sin hacer preguntas, porque desde pequeños nos inculcan la necesidad de contar con las comodidades y los servicios antes expuestos, y nos aseguran que no podríamos subsistir sin ellos, o al menos no en condiciones saludables. Asumimos que el único caso en el cual la vivienda digna no existe es cuando la pobreza lo impide, pero ¿qué ocurre si alguien intenta prescindir de ella, si opta por una nueva serie de condiciones para su desarrollo?
Son muchas las personas que se han alejado de las estructuras impuestas por la sociedad en busca de nuevos horizontes, de ideas ajenas a las convenciones, y esto no siempre responde a una simple rebeldía, sino que puede ser el resultado de cuestionar lo aparentemente incuestionable, de querer tener un mayor control sobre la propia vida. Si bien existen ciertos límites que responden a las características de nuestro organismo, como que no podríamos sobrevivir en la nieve sin ayuda de abrigo y un refugio cálido, el concepto de vivienda digna contempla ciertos puntos que podrían ser considerados extremistas.
En primer lugar deberíamos preguntarnos cuáles son nuestras verdaderas necesidades y nuestras habilidades particulares, para saber qué tipo de vivienda deseamos tener. Dado que somos todos individuos, cada uno con su propia personalidad, no parece del todo coherente asumir que todos necesitamos una misma organización para desarrollar nuestras vidas. Esto se puede apreciar en pequeños ejemplos, menos radicales, como el contraste entre una persona que no puede bajar escaleras sin aferrarse al pasamanos y otra que se desliza por éste a toda velocidad y se impulsa de un salto al llegar al final.
Hemos llegado a depender tanto del agua potable, del aislamiento contra las temperaturas extremas y de la energía eléctrica que ya no recordamos nuestros orígenes; pero dentro de nosotros siguen existiendo los vestigios de esos seres que podían vivir y, mucho más importante, ser felices sin dichas condiciones. De nada sirve la riqueza y aquello a lo que llamamos dignidad si nos ahoga una profunda tristeza; del otro lado, siempre hay un niño pobre que nos genera mucha lástima, pero que quizás sonríe mucho más a menudo que nosotros.