La noción de adivinanza puede hacer referencia a una adivinación (predecir el futuro, descubrir lo oculto, acertar lo que quiere decir un enigma) o a un acertijo (un enigma que se propone como pasatiempo).
Lo habitual es que la adivinanza, como acertijo, se enuncie en forma de rima. Por ejemplo: “Redondo, redondo, barril sin fondo… ¿qué es?” (un anillo), “Siempre quietas, siempre quietas: de día, dormidas; de noche, despiertas” (las estrellas).
Las adivinanzas en la educación y la cultura
Las adivinanzas suelen estar dirigidas a los niños para que deduzcan los nombres de animales, frutas, objetos, etc. En este sentido, las adivinanzas cuentan con un componente educativo más allá del lúdico, que busca el desarrollo mental de los más pequeños. El niño, ante una adivinanza, debe estar atento al enunciado, analizarlo y razonar para hallar la respuesta. La formulación en rima, por su parte, ayuda al aspecto lúdico.
Así como los refranes, las adivinanzas forman parte de la cultura popular de cada región. Una característica de las adivinanzas es que suelen ser anónimas: se transmiten de generación en generación, adaptándose a los modismos y a los rasgos propios de cada época, pero siempre a través de la comunicación oral.
Al hacer referencia a elementos de uso cotidiano o muy presentes en la vida diaria (como utensilios, alimentos, partes de la anatomía, animales domésticos o componentes de la naturaleza), las adivinanzas ayudan a la sociabilización del niño y a la transmisión de valores culturales. Existen adivinanzas más complejas para los adultos que, incluso, pueden requerir la realización de diversos cálculos matemáticos.
Una forma poética
Como forma poética, la adivinanza tiene un puesto de gran importancia en la tradición literaria de las diferentes culturas desde tiempos inmemoriales, debido especialmente a que dan lugar a transformaciones y adaptaciones, y que han conseguido formar parte de las raíces del gusto popular. Se trata de un juego verbal que conjuga la lírica y el ingenio para el disfrute de personas de todas las edades, nutriéndose de recursos propios de la retórica y la métrica para construir una estructura sencilla en apariencia, pero enigmática y desafiante en su interior.
La adaptación de la adivinanza abarca los aspectos sociales, históricos y culturales de cada país, de cada ciudad, para permitir que continúe su misión de comunicar el saber ancestral a través del entretenimiento. Cabe mencionar que la antigüedad de la adivinanza, si bien resulta difícil de precisar, se debe contar en siglos.
Estructura básica de la adivinanza
La estructura básica de una adivinanza, desde un punto de vista gramatical, suele contar con recursos propios de la poesía tradicional popular, tales como la rima asonante o consonante cruzada en cuartetas octosilábicas, el uso del símil, la alegoría, la metonimia, la metáfora, la dilogía, el desglose lingüístico, la analogía y la forma paralelística, y los versos de arte menor, entre otros elementos.
Estudiando la etimología de la palabra adivinar, se encuentran interesantes relaciones con la necesidad que desde siempre ha caracterizado a nuestra especie de desvelar lo oculto, de trascender nuestra naturaleza para conectarnos con lo divino. Con este fin, el ser humano ha explorado un gran número de técnicas, muchas de las cuales incluyen la realización de ritos con magia, cánticos y el consumo de sustancias.
Si bien las adivinanzas poseen un carácter mucho más inocente que la invocación de un ser fallecido o de un dios, son un reflejo del disfrute que nos causa dar con aquello que ha sido cubierto por el misterio, encontrar lo que otros han ocultado de nuestra vista, para sentirnos poderosos, para saborear la victoria aunque más no sea al superar un pequeño desafío de aspecto infantil.
De acuerdo con el estudio de algunos especialistas, la adivinanza nació en forma de acertijo y, una vez que se sirvió de los recursos poéticos antes mencionados, completó su metamorfosis para convertirse en el juego verbal que hoy conocemos.