Virus y bacterias
Antes de proseguir con la definición, es importante señalar que un virus es un organismo formado por ácidos nucleicos y proteínas cuya reproducción solamente es posible en el interior de ciertas células vivas, ya que usa su metabolismo.
Una bacteria, en tanto, es un microorganismo compuesto de un único tipo de célula que carece de núcleo diferenciado.
Características generales
Como el resto de los virus, los bacteriófagos presentan su material genético recubierto por proteínas. La mayoría de ellos forman parte del orden de los Caudovirales.
Los bacteriófagos, también conocidos como fagos, pueden disponer de un genoma formado por ácido ribonucleico (ARN) o por ácido desoxirribonucleico (ADN). En algunos casos tienen apenas cuatro genes, mientras que en otros pueden presentar más de un centenar.
El proceso infeccioso desarrollado por los bacteriófagos constituye su ciclo de vida. Es posible diferenciar entre un ciclo lisogénico y un ciclo lítico.
Cabe resaltar que, como los bacteriófagos únicamente actúan sobre las bacterias y no sobre las células de los seres humanos, se han utilizado en investigaciones médicas para el tratamiento de enfermedades bacterianas que afectan a las personas.
Terapia con bacteriófagos
Luego de haber descubierto estos virus, surgió la posibilidad de aprovecharlos para la terapia, la cual también se conoce como fágica. Su aceptación inicial fue muy amplia, y gozó de un periodo de aplicación que comenzó con fuerza pero se debilitó desde que aparecieron los antibióticos.
El uso de la terapia con bacteriófagos comenzó en los años 40, en la antigua Unión Soviética, como una opción adecuada para las infecciones bacterianas alternativa a la administración de antibióticos. Dado que los fagos se especializan en la eliminación de bacterias, los resultados fueron muy satisfactorios en este sentido.
Las dos partes del mundo en las cuales se reúne el mayor volumen de experiencia en el uso de esta terapia son los institutos Eliava y Hirszfeld, en Georgia y Polonia respectivamente. En el primero, se especializan en la preparación de cócteles de bacteriófagos, como ser intestiphage y pyophage, que se usan con fines terapéuticos para atacar ciertas bacterias patógenas.
En Hirszfeld, en cambio, desarrollan preparaciones con un enfoque más personalizado. Si bien estos dos institutos son los que más pruebas han dado de las ventajas de los bacteriófagos para tratar problemas infecciosos, sus prácticas no han sido aprobadas a nivel global en el ámbito científico.
Ciclos
Con el ciclo lisogénico, el bacteriófago introduce su ADN en el cromosoma de la bacteria que infecta. De esta manera, su ADN es copiado y se transmite con el ADN de la propia célula. El ciclo lítico, en cambio, implica que el bacteriófago genera múltiples ejemplares nuevos en la célula de la bacteria infectada hasta hacer que explote. Esta destrucción permite que los virus recién creados se liberen y puedan continuar infectando otros cuerpos.
Una similitud que presentan ambos es que tienen dos fases, la de anclaje y la de penetración: en la primera, el virus se adhiere a la pared del otro elemento, que puede ser una célula o una bacteria, usando un número de mecanismos diferentes; en la segunda, lo penetra con el propósito de introducir su ácido nucleico en su interior.
Tenemos también la fase de eclipse del ciclo lisogénico, en la cual tiene lugar una recombinación del ácido nucleico vírico con el bacteriano, seguida de la inactividad. La célula que recibe la infección de un bacteriófago en este caso se conoce con el nombre de lisogénica, y puede mantener este estado por tiempo indefinido.