La idea de clientelismo alude a una metodología desarrollada por los gobernantes o por quienes ocupan una posición de poder, que consiste en otorgar ciertos beneficios a otras personas a cambio de favores, apoyo o sumisión.
El clientelismo supone que aquel que ocupa un cargo público realiza obsequios o le concede ventajas a un grupo de individuos, quienes «pagan» esos favores brindándole apoyo, por lo general de tipo electoral. Esto implica que el dirigente político utiliza los recursos del Estado o su posición de poder para obtener un beneficio privado.
Ejemplo de clientelismo
Supongamos que el gobernador de una provincia busca lograr la reelección para continuar con su mandato. Este hombre, con fondos públicos, adquiere miles de electrodomésticos que reparte en los barrios más humildes a través de gente que trabaja en su campaña electoral. La caja de cada electrodoméstico además lleva impreso el nombre del gobernador. Esta conducta es una de las más habituales del clientelismo: el político espera que, como agradecimiento y para seguir recibiendo este tipo de prestaciones, los vecinos lo voten en las elecciones.
El clientelismo, de este modo, ayuda a que un partido político se perpetúe en el poder. Al administrar los recursos estatales, los gobernantes tienen la posibilidad de emplearlos en beneficio propio para cosechar apoyo electoral.
La necesidad de ayuda estatal
Para que el clientelismo pueda aplicarse, se requiere que haya un número elevado de personas (votantes) con necesidades insatisfechas que requieren de la ayuda estatal. De lo contrario, el voto no queda condicionado a la recepción de un favor o regalo.
Por otra parte, cuando los recursos del Estado se distribuyen tal como señala la ley o de manera justa, el clientelismo tampoco tiene lugar porque el dirigente no puede condicionar el reparto.
Denuncia de clientelismo
Gracias a las posibilidades que nos brindan las redes sociales en la actualidad, mucha gente denuncia actos de clientelismo en épocas de elecciones. Si bien poner estas lamentables escenas en un escaparate no es suficiente para acabar con la corrupción de los dirigentes políticos, al menos sirve para demostrarles que todavía quedan personas que no están dispuestas a ser manipuladas sino que desean expresar sus verdaderas ideas y solamente siguen a quienes respetan.
Resulta muy difícil de creer lo que es capaz de hacer un candidato a un puesto de gobierno para conseguir votos. Existe un sinfín de anécdotas que, a pesar de reflejar una actitud totalmente despreciable, sorprenden por la «creatividad» de las mentes que planean estas estrategias. Por ejemplo, más de un político ha puesto a decenas de personas en puntos específicos de la ciudad a regalar accesorios para el coche a los conductores.
Ya sea con pegatinas, parasoles o ambientadores para el coche, la promoción de la campaña electoral se extiende por toda la ciudad sin ningún coste para el partido, especialmente si los conductores usan el automóvil para llevar pasajeros. Entregar un pan dulce en épocas navideñas, ofrecer gasolina gratis a cambio de colocar en el vehículo una banderilla o incluso una consumición de comida y bebida son tan sólo algunos ejemplos más de clientelismo que se dan en varias partes del mundo, aunque parezcan propios de la ficción.
El caso de Ríos Salcedo
Claro que pocas historias llegan al nivel de la de Waldo Enrique Ríos Salcedo, un político de origen peruano que ocupó el puesto de alcalde de la ciudad de Huaraz y también fue congresista de la República por el Frente Independiente Moralizador y gobernador regional del departamento de Áncash.
Para acceder a este último cargo, ofreció a cada familia que lo votase el pago mensual de una cantidad de dinero, promesa que le sirvió para ganar las elecciones aunque, un vez en el poder, admitió que no podría mantenerla.