Descontento es un término que refiere a un disgusto o una insatisfacción. El concepto puede emplearse como sustantivo o adjetivo según el contexto, siempre con un significado asociado a una falta de agrado o conformidad.
Antes de avanzar con la definición, es interesante analizar la composición del concepto. Se forma con el prefijo des- (que en este caso implica invertir o negar el significado de la palabra a la que se une) y el adjetivo contento (asociado a la alegría y la satisfacción).
Origen del descontento
El descontento se origina por múltiples motivos. Puede surgir a partir de una desilusión cuando algo no cumple con las expectativas o no sale como estaba previsto, por ejemplo.
La inconformidad, la desaprobación y la molestia son otros sentimientos relacionados con el descontento. En un sentido amplio, todo aquello que no satisface o agrada provoca, en mayor o menor medida, un descontento.
Es importante tener en cuenta que el descontento puede ser individual o colectivo. Si un hombre estrena un par de zapatos y ese mismo día se le rompen, seguramente sentirá un gran descontento. O, dicho de otro modo, estará descontento con el fabricante. Esta frustración es probable que derive en una reacción del sujeto como consumidor, aunque sin producir un hecho grupal.
En cambio, si una gran parte de la sociedad siente descontento por la gestión de un dirigente político (un alcalde o intendente, un gobernador, un presidente, etc.), dicha desaprobación puede reflejarse en una manifestación popular de protesta social con consecuencias relevantes para todo el pueblo.
La mirada de la psicología
La psicología entiende que el descontento es una respuesta frente a una situación que produce amargura, tristeza, decepción o incluso indignación. Esa reacción puede ser momentánea o trasladarse a múltiples hechos y entornos, volviéndose crónica y transformándose en un problema de salud mental.
Cuando el descontento se convierte en una forma de vida, una manera de relacionarse o un modo de ser, el individuo está desganado, amargado y con mal humor. Ese estado rige la mente y tiene correlato en el cuerpo, donde suelen aparecer diversas afecciones de origen psicosomático.
De acuerdo a los expertos, el descontento crónico es un efecto de pensamientos repetitivos que se basan en el pesimismo y la preocupación. Así, la persona se desconecta de sus vínculos y se distancia del presente, recordando con frecuencia experiencias del pasado que son traumáticas o dañinas. Dicha realidad, en algunos casos, puede desembocar en trastornos de ansiedad o depresión.
Un psicólogo es el profesional capacitado para diagnosticar y tratar este tipo de casos. En un sentido general, puede decirse que la terapia apunta a contribuir con un pensamiento más flexible, donde se acepten los matices y se deje de considerar solamente lo negativo.
Del descontento a la rebeldía
El descontento colectivo puede tener un gran impacto en la sociedad. Esto ocurre cuando el desánimo se convierte en enfado y luego, a medida que crece la desesperación, se intensifica la queja.
El malestar puede derivar en huelgas y en otras medidas de protesta. La escalada del conflicto, asimismo, puede llevar al desorden, la violencia y hasta la anarquía. Por eso, frente al descontento social, los gobernantes suelen recurrir a la represión con la intención de reducir la hostilidad y calmar la agitación.
Debe considerarse que ese desorden social fruto del descontento puede ser apaciguado de distintas maneras. El accionar de las fuerzas de seguridad puede contener los disturbios y disipar los intentos de subversión o revolución. También una respuesta efectiva por parte del gobierno está capacitada para revertir el descontento. Otra posibilidad es que el descontento solamente desaparezca si hay un cambio rotundo de las condiciones.
Un ejemplo histórico
El descontento social se ha hecho evidente en muchos tramos de la historia universal. Podría afirmarse que no existe un momento histórico que no registre descontento, aunque la intensidad y la masividad del mismo varían.
En el siglo XXI, un ejemplo notorio de descontento colectivo que derivó en modificaciones abruptas del régimen hasta entonces vigente tuvo lugar en Argentina a fines de 2001.
Por aquella época, el país sudamericano estaba jaqueado por el desempleo y la pobreza. La disparidad económica y varios hechos de corrupción incrementaron el resentimiento de gran parte de la sociedad y multiplicaron el rechazo al gobierno del presidente Fernando de la Rúa.
El descontento explotó en una crisis social, económica y política en diciembre de 2001. Con la consigna «¡Que se vayan todos!» (dirigida a los políticos en el poder), millones de ciudadanos salieron a las calles, golpeando cacerolas y reclamando la renuncia del presidente.
De la Rúa, luego de declarar el estado de sitio en un intento por recuperar el control, terminó renunciando a su cargo en medio de saqueos. La represión, en este marco, causó 39 muertes en todo el país. Con el estallido y la dimisión, a De la Rúa lo sucedieron cuatro presidentes en apenas 11 días, hasta que Eduardo Duhalde se consolidó en el mando.