El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define el designio como una idea, una intención o un propósito que es llevado a cabo a partir de la voluntad propia o ajena. Un designio, por lo tanto, puede ser un mandato.
Veamos algunas oraciones de ejemplo en las cuales se pueden apreciar dichos aspectos de esta palabra: “Por designio del difunto, no se llevará a cabo un velatorio”, “El ministro de Economía arribó a Alemania con el designio de atraer inversiones”, “No entiendo qué oscuro designio lo llevó a cometer semejante atrocidad”.
Un deseo personal o una imposición de un tercero
Un individuo puede tener designios personales: es decir, proyectos que surgen de su pensamiento y que pretende concretar en su vida. Realizar una carrera universitaria, radicarse en otro país, comprar un automóvil o tener un hijo son algunos de los designios que un sujeto puede tratar de alcanzar.
En otros casos, el designio es impuesto por un tercero. El gerente comercial de una empresa puede ser enviado a China por el dueño de la compañía para cerrar un acuerdo con una firma del gigante asiático. El propósito, por lo tanto, pertenece al dueño de la empresa, pero el designio debe ser cumplido por el empleado. Esto quiere decir que el ejecutivo viaja para cumplir el designio de su jefe.
Designio divino
Un designio divino, por otra parte, es una motivación que el ser humano le atribuye a Dios para explicar o justificar determinados acontecimientos que, por lo general, son difíciles de entender o de aceptar. Una mujer creyente que sufre la pérdida de su hijo por una enfermedad puede consolarse sosteniendo que la muerte de su descendiente fue un designio divino.
Cabe mencionar que el concepto de designio divino no siempre está ligado a las religiones judeocristianas, aunque esa sea la idea más generalizada en Occidente. Este camino, que nos permite dar una explicación a esas situaciones o actos muchas veces terribles, también lo recorren los creyentes de otras religiones, en especial las politeístas, y en todos los casos los lleva a aceptar que una entidad divina los ha puesto a prueba.
Más allá del entendimiento
Por otra parte, el designio divino no es un concepto que deba quedar enmarcado en las religiones, ya que en sus fundamentos se encuentra una interesante reflexión que puede ayudarnos a ampliar nuestros horizontes, seamos o no creyentes en una entidad divina: la lógica del ser humano no es suficiente para entender todos los fenómenos que tienen lugar en el universo.
La soberbia característica de nuestra especie, esa que nos lleva a repetir frases como «somos la especie dominante del planeta» o «gozamos de una inteligencia muy superior a la de los animales», nos ubica un una posición similar a la de un dios, algo que genera muchos conflictos y situaciones contradictorias en las personas religiosas. Por un lado, creemos en un ser superior, pero por otro nos consideramos insuperables.
La humildad suele aparecer tarde en nuestra vida, y por lo general se despierta cuando nos vemos obligados a enfrentar situaciones terribles, como ser una grave enfermedad o la muerte de un ser querido. Es entonces, cuando el choque con la realidad nos deja atónitos y sin una explicación aparente, que comenzamos a ver nuestras limitaciones, a entender un poco más nuestra naturaleza.
Mientras que las personas religiosas aceptan dichos sucesos trágicos como parte del designio divino, las ateas pueden explicarlas como el inevitable encuentro con el azar, o con el equilibrio de la vida misma, esa fuerza invisible que enferma sólo a algunos, que deja huérfanos sólo a algunos, la misma que condujo a los dinosaurios a la extinción y que probablemente esté esperando el momento de asignarnos el mismo destino.