La divinidad es la esencia y la naturaleza de Dios. Ésta es tan sólo la primera acepción que aparece en el diccionario de la Real Academia Española (RAE) para esta noción que procede del vocablo latino divinĭtas.
Propio de Dios
La divinidad es aquello propio de Dios, el ser supremo reconocido por diversas religiones monoteístas. Las cualidades sobrehumanas forman parte de la divinidad, ya que exceden lo humano (o la humanidad). La omnipresencia, la omnipotencia y la omnisciencia del Dios cristiano, por ejemplo, son rasgos de su divinidad: una persona no es omnipresente, omnipotente ni omnisciente.
La omnipresencia es la facultad propia de Dios de estar en todas partes al mismo tiempo. Esto no debemos entenderlo desde un punto de vista físico, como si fuera una persona, sino con un alcance mucho mayor al que podría tener la mera presencia material en todos los puntos posibles. Dios no se puede medir ni describir; su omnipresencia le permite observar todas sus creaciones a la vez y atender sus necesidades, como si se pudiera dividir en infinitas entidades, cada una completa con todas las características de la original.
Omnipotencia es la capacidad de «hacerlo todo», de lograr cualquier objetivo que se proponga. El poder de Dios no tiene límites, no es finito ni se puede expresar con nuestros valores: los creyentes aceptan que Él creó el mundo mismo, que es el origen de la existencia y que podría terminar con ella si así lo deseara.
La omnisciencia le permite a Dios saberlo todo, tanto lo real como lo posible. Este rasgo de la divinidad apoya su carácter «absoluto», ya que Dios no necesita crecer o evolucionar, sino que es es su máximo estado, uno que los mortales nunca podremos alcanzar. Conoce nuestro pasado y nuestros infinitos futuros posibles, además de saber qué pensamos y sentimos. Sin embargo, decide no usar esta información para interferir en nuestra existencia, porque quiere que seamos libres de tomar nuestras propias decisiones.
Deidad
Divinidad también es sinónimo de deidad (un dios o un ser divino). Las religiones politeístas creen en la existencia de múltiples divinidades.
Tomemos el caso del hinduismo. En dicha religión hay divinidades como Shiva, Brahma y Visnú, entre muchas otras.
Detectar o aceptar la existencia de la divinidad, ya sea como propiedad sobrehumana o como deidad, es una cuestión de fe. Un ateo, por mencionar un caso, descree que existan divinidades. Para un católico, en cambio, hay una divinidad eterna que creó el universo y que todavía puede incidir en él haciendo milagros.
Nótese que llamar al Dios cristiano «divinidad», entendiéndolo como una entre varias no es correcto y puede ser tomado como una falta de respeto para quienes creen en su existencia. Lo mismo ocurre al escribir «dios», con minúscula inicial. Por lo tanto, debemos usar los términos adecuados a cada contexto para evitar este tipo de conflictos.
Persona o cosa bellas
Al ser humano que se caracteriza por su belleza también se lo nombra como divinidad, término que además puede aplicarse a un objeto: “Esa niña es una divinidad, tiene unos ojos preciosos y un hermoso cabello rizado”, “El colgante que me regaló mi esposo para el aniversario es una divinidad”, “¡Qué divinidad el vestido que lució la novia! Me encantaría lucir un modelo así en mi casamiento”.
En estos tres ejemplos vemos el uso del término divinidad para describir la belleza de una niña, de un colgante y de un vestido. Debemos entender que las sensaciones que evoca una persona muy bella no son las mismas que las de un objeto material, aunque usemos el mismo término; sí pueden tener en común que nos deslumbran de una forma inesperada.