El diccionario de la Real Academia Española (RAE) no incluye el término especismo, aunque este concepto se emplea con frecuencia para aludir a una interacción entre el ser humano y otra especie que resulta perjudicial para esta última. El especismo, en este marco, implica ubicar las necesidades del hombre sobre las del resto de los seres vivos.
El filósofo y psicólogo inglés Richard D. Ryder fue quien acuñó esta noción a comienzos de la década de 1970. De acuerdo a Ryder, el especismo es una discriminación moral que se basa en la diferencia de las especies. Stephen Clark, Peter Singer y otros autores luego ahondaron en esta idea.
El especismo supone que las personas actúan sobre los animales sin reparos éticos, ya que se ubican en una posición de superioridad. Al ser inferiores, según esta postura, los animales no merecen respeto ni consideración cuando su explotación genera algún beneficio para el humano.
Con el especismo, la vida del animal está al servicio del hombre. De acuerdo a los activistas que denuncian a esta corriente como inmoral, el especismo aparece en múltiples esferas de la vida cotidiana, como la alimentación (ya que millones de animales son sacrificados cada día para convertirlos en comida), la vestimenta (en los abrigos de piel, la ropa de cuero), el entretenimiento (animales utilizados en circos, corridas de toros, rodajes de película, etc.) y hasta la investigación científica (cuando se realizan experimentos con ellos).
Entre quienes combaten el especismo, hay dos grandes corrientes. Por un lado, algunos sectores aceptan la «utilización» de los animales en determinados contextos, pero exigen un trato digno. Otros grupos, en cambio, reclaman el fin de todo tipo de explotación animal, promoviendo el veganismo y otras conductas.
La primera corriente es a menudo acusada de hipócrita, ya que no se puede defender la igualdad aceptando la explotación, ni tampoco maquillar esta última de «utilización necesaria» solamente porque no incluya un maltrato físico evidente, ya que siempre hay uno psicológico imposible de ignorar. Conseguir que cualquier ser vivo, de cualquier especie, haga algo contra su propia voluntad es incorrecto; nadie debería ser sometido a la autoridad de otro, y mucho menos con finalidades como la ganadería o la investigación científica.
El veganismo también tiene muchas facetas, no todas coherentes con las demás. Por ejemplo, la mayoría de los veganos apoyan la esterilización de los animales, algo que tampoco está de acuerdo con su libertad. Claro que defienden esta imposición alegando que de este modo previenen la reproducción descontrolada, que suele acabar en el abandono de millones de animales. El objetivo puede ser noble, pero obligar a un ser vivo a atravesar una operación quirúrgica, ya no tanto.
Por consiguiente, si buscamos el ideal de lucha contra el especismo deberíamos dar con aquellas personas que basan su alimentación y su vestimenta en productos que no sean de origen animal, así como propone el veganismo, pero que respetan a todos los individuos por igual, y esto incluye no someter a nadie a una cirugía, sea cual sea el motivo de fondo.
La actitud que caracteriza el especismo es ciertamente desagradable y muy peligrosa, ya que nos alimenta de un poder retorcido e inmerecido, poniéndonos por encima de cientos de especies que la mayoría de nosotros jamás hemos visto de cerca. Nos creemos más inteligentes y con más derechos que las ballenas, las águilas, los caballos, los perros y los gatos, sólo porque nos inculcan esta idea desde que nacemos y no la cuestionamos. Aceptamos sin dudar que hacinen y sacrifiquen a millones de animales para convertirlos en bifes y botas de cuero, pero la mera posibilidad de que usen humanos en su lugar nos revuelve el estómago.