En el latín es donde se encuentra el origen etimológico del término fatuo. Y es que procede de una palabra de dicha lengua: el adjetivo “fatuus”, que puede traducirse como “necio”, “tonto” o incluso “extravagante”.
De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), este concepto permite calificar a aquello que es pretencioso o que tiene una jactancia sin fundamento.
Por ejemplo: “Este supuesto artista no es más que un invento fatuo de una compañía discográfica que necesita fabricar un nuevo ídolo juvenil”, “El discurso fatuo del presidente solo conmovió a sus seguidores más fanatizados; para el resto de la población, no fueron más que palabras carentes de sentido”, “El entrenador del club es un tonto fatuo que no sabe nada de fútbol”.
La noción de fuego fatuo, por otra parte, refiere a una llama que aparece a una cierta distancia del suelo cuando determinadas materias que emanan animales o plantas en proceso de putrefacción se inflaman.
Aunque no hay una explicación científica determinante, se cree que el fuego fatuo surge a partir de la oxidación del metano y el fosfano que se producen al descomponerse la materia orgánica. Esto haría que aparezcan luces que avanzan por el aire y que pueden verse en cementerios y en pantanos en horario nocturno. Otras teorías refieren a la fosforescencia de las sales de calcio que están en los huesos y a organismos bioluminiscentes.
Más allá de la ciencia, la mitología popular atribuye los fuegos fatuos a espíritus y otros entes sobrenaturales. Según la creencia, si una persona quiere acercarse, el fuego fatuo se aleja.
En concreto, podemos establecer que en distintos lugares de Europa se considera que los fuegos fatuos vienen a ser los espíritus malignos de ciertas personas fallecidas. No obstante, en otros se viene a indicar que aquellos vienen a ser los espíritus de niños que han muerto sin recibir el sacramento del bautismo y que deambulan entre el cielo y el infierno.
Por extensión, se le dice fuego fatuo a algo ilusorio: “La unidad del movimiento social no es más que un fuego fatuo”, “Los especialistas creen que la posibilidad de acuerdo constituye un fuego fatuo”.
Tal es el misterio que existe en torno a los fuegos fatuos que no podemos pasar por alto que los mismos se han hecho protagonistas o parte importante de numerosas obras culturales. Así, por ejemplo, en el ámbito de la literatura los mismos aparecen en novelas tan significativas como “El señor de los anillos” (1954), de J.R.R. Tolkien; en “La historia interminable” (1979) de Michael Ende; en “It” (1986) de Stephen King o en “Drácula” (1897) de Bram Stoker.
Precisamente en ese último libro los citados fuegos fautos aparecen en el camino que en coche de caballos realiza Jonathan recorre hasta el castillo del Conde Drácula.
En el mundo de la música también están presentes. Buena muestra de eso es que el compositor Manuel de Falla dio forma a “Canción del fuego fatuo” para incluirla en el ballet “El amor brujo” (1915).