El vocablo latino futĭlis llegó a nuestra lengua como fútil. El término se emplea como adjetivo para calificar a aquello que presenta escasa relevancia, valor o estimación.
Por ejemplo: «Lamentablemente tuve que dedicar dos años de mi vida profesional a un proyecto fútil, el cual no consistía en otra cosa que cumplir las órdenes de mi jefe», «No perdamos más tiempo con esta discusión fútil, si ambos sabemos que no vamos a ponernos de acuerdo», «Pronosticar qué equipo será el campeón del torneo es fútil, ya que en la determinación de los resultados inciden múltiples variables que no pueden predecirse».
Lo fútil, por lo tanto, es irrelevante o carece de sentido. Tratar de contar todos los granos de arena que hay en una playa, por citar un caso, es una tarea fútil: no hay manera de completar dicha acción con éxito. También es fútil que una persona pretenda volar sin ayuda de ningún artefacto o implemento ya que, como los seres humanos no tienen alas, no pueden volar por sus propios medios.
Es importante tener en cuenta que fútil es una palabra grave o llana: se acentúa en la anteúltima sílaba (la sílaba tónica, por lo tanto, es «fú»). Al no terminar ni en N ni en S, es un término que lleva tilde: fútil. Sin embargo, muchas personas creen que se trata de una palabra aguda, acentuada en la última sílaba. Por eso la pronuncian como futil (acentuando la sílaba «til») y la escriben sin tilde, algo que constituye un error según la ortografía de nuestro idioma.
Si buscamos la palabra fútil en un diccionario de sinónimos nos encontramos con muchos términos que pueden usarse para sustituirlo en diferentes situaciones y que nos aportan ciertos matices para comprenderlo en mayor profundidad. Algunos de ellos son los siguientes: trivial, infundado, frívolo, pueril, nimio, vano y despreciable. En pocas palabras, algo fútil no vale la pena, no es significativo, por lo cual no se merece nuestra atención o nuestros esfuerzos.
En el ámbito de la medicina, este término se halla en el concepto de tratamiento fútil, es decir, en aquél que no vale la pena llevar a cabo ya que no conducirá a una mejora sustancial. Dada la inmensa variedad de tratamientos que nos ofrece la medicina en la actualidad, gracias a los incontables avances tecnológicos que se han realizado hasta el momento, la denominada «filosofía de la futilidad», que consiste en diferenciar un procedimiento útil de uno inútil, es más relevante que nunca.
Es importante señalar que si el ser humano no se hubiera alejado tanto de la naturaleza no debería preguntarse estas cosas: el resto de los animales no recurre a la medicina, sino que una vez que se enferman aceptan su condición incluso si ésta los conduce a la muerte. Es que la vida siempre acaba en la muerte, y somos la única especie que no quiere aceptarlo. ¿Qué tiene que ver la futilidad en este marco? Un tratamiento fútil puede prolongar el sufrimiento de una persona cuya enfermedad no se puede curar, y por eso es necesario entender los límites de la ciencia.
Toda terapia se compone de una serie de procedimientos que apuntan a la consecución de ciertas metas. Un tratamiento fútil es, por lo tanto, aquél que vuelve imposible alcanzar dichas metas. A grandes rasgos, los estudiosos de la materia reconocen tres tipos: los que no pueden prolongar la vida de manera digna; los que no les devuelven al paciente su autonomía; los que suman sufrimiento al enfermo a cambio de prolongarle la vida. Cada profesional de la salud analiza esto desde su propia perspectiva, y lo mismo ocurre con la opinión de sus pacientes; por eso, no existe una postura firme al respecto.