Horrible es un término que proviene del vocablo latino horribĭlis. Se trata de un adjetivo que, de acuerdo a la primera acepción mencionada por la Real Academia Española (RAE) en su diccionario, alude a aquello que provoca horror.
El concepto de horror, a su vez, alude a un sentimiento causado por algo terrorífico, horripilante o espeluznante. Lo horrible, por lo tanto, genera una emoción intensa y desagradable. Por ejemplo: “Anoche soñé que tenía un accidente con el coche, fue horrible”, “Que un hijo sufra un problema de salud debe ser horrible”, “En la película, un monstruo horrible atemorizaba a todos los habitantes de un pequeño pueblo rural”.
El término horrible también puede aludir a aquello que es muy feo, ya sea en un sentido físico (estético) o simbólico: “¿Quién es ese hombre horrible que está insultando al aire?”, “Ayer encontré un insecto horrible encima de la mesa”, “Es horrible tener que pasar por una situación de este tipo”.
Lo pésimo, por otra parte, puede ser calificado como horrible. De acuerdo con su definición en el diccionario de la RAE, el significado de este término hace referencia a algo extremadamente malo, que no podría ser peor. Veamos algunas oraciones de ejemplo: “¡El servicio de este hotel es horrible! No pienso volver a hospedarme aquí”, “En el restaurante nos sirvieron un plato horrible que no pudimos comer”, “El nuevo jugador del equipo es horrible, no entiendo quién decidió contratarlo”.
En la actualidad, gracias a las posibilidades que Internet nos da a los consumidores de expresar nuestras opiniones de forma pública, es muy común que se hagan oír tras el lanzamiento de un producto o servicio. Dados diversos factores muy propios de la dinámica del comercio, el descontento es un elemento tan predecible como imposible de evitar: no importa cuán famosa y prestigiosa sea una empresa, sus propuestas siempre serán recibidas con un porcentaje de admiración, otro de indiferencia y otro de odio. Esta última porción del público suele ser considerable o, al menos, lo suficientemente ruidosa como para que sus quejas -infundadas o no- cubran el evento de nubes grises.
Es muy fácil decir que un producto es horrible. Abrimos la boca, proferimos los pocos y simples vocablos, y ya está. Lo hemos condenado. La pregunta es si tenemos el fundamento para respaldar nuestra crítica, y nueve de cada diez veces no lo tenemos. Veamos un ejemplo que puede servir para graficar este fenómeno que se repite cual espectro dramatizando su propio asesinato en una casa embrujada: una compañía líder en telefonía lanza un nuevo teléfono con características técnicas nunca antes vistas; uno de los terminales evaluados por los periodistas tiene un fallo importante; el público -que aún no lo ha visto ni lo ha probado- comienza a decir que «el teléfono es horrible», que no funciona y que será un fracaso; el teléfono se convierte en un éxito comercial a los pocos meses, superando en ventas a todos los modelos anteriores.
Esta contradicción no ocurre por arte de magia, sino porque la calificación de horrible surge sin la suficiente información y como resultado de tener la palabra antes del acceso a una base sobre la que apoyarla. En un mercado donde las empresas planean vender cientos de millones de terminales por año fiscal, que unas pocas unidades fallen no habla de la calidad del producto en general, sino de un problema aislado.
La noción de horrible, por último, puede aludir a aquello que resulta muy marcado o intenso con una connotación negativa: “El golpe me provocó un dolor horrible en la cabeza”, “¿Cómo se te ocurre gritar así? ¡Me has dado un susto horrible!”, “Tengo un cansancio horrible, pero al menos ya he terminado el trabajo”.