El adjetivo impostergable se emplea para aludir a aquello que no puede postergarse (diferirse, demorarse). Lo impostergable, por lo tanto, debe realizarse en tiempo y forma.
Por ejemplo: “El inicio de un diálogo sincero entre el gobierno y la oposición es impostergable”, “Mañana tengo una cita impostergable: mi hija tomará su primera comunión”, “La construcción de un hospital en esta zona es impostergable, los vecinos no pueden viajar más de 100 kilómetros para recibir atención médica”.
Si algo que es impostergable termina posponiéndose, se produce algún tipo de problema o inconveniente. Supongamos que un hombre recibe un balazo en el pecho en el contexto de un robo y comienza a perder mucha sangre. Que este individuo reciba atención médica es impostergable: si un profesional no lo atiende de manera urgente, podría morir.
Tomemos el caso de un país que registra un elevado nivel de inflación. Mes a mes, los precios de los productos y los servicios suben, haciendo que la gente tenga grandes dificultades para satisfacer sus necesidades materiales. Ante esta realidad, los analistas sostienen que las medidas que debe tomar el gobierno para contener la inflación resultan impostergables, ya que de lo contrario podría producirse una crisis económica y social de gravedad.
Determinar qué es impostergable y qué cosas se pueden aplazar suele ser difícil. Quienes tienden a retrasar cuestiones que, en realidad, deben atenderse, incurren en una práctica conocida como procrastinación. Se trata de un hábito frecuente que se produce cuando un sujeto no realiza lo impostergable y, en cambio, se dedica actividades que tienen menor relevancia pero que le provocan más placer o bienestar.
Si bien no podemos conocer con absoluta precisión el día a día de nuestros antepasados remotos, como ser quienes vivieron varios siglos antes que nosotros, tenemos suficientes evidencias para imaginar que tenían menos oportunidades de distraerse de sus obligaciones, ya sea del trabajo o del estudio. Ante la ausencia de Internet, con sus impredecibles e inagotables opciones de ocio, es probable que la gente no desperdiciara su tiempo en actividades que no le interesaran: no olvidemos que es posible dejarse llevar por galerías de fotos o vídeos graciosos al punto de perder una tarde entera sin saber qué hemos hecho.
Todo esto nos lleva a la receta para postergar lo impostergable. ¿Qué debe ocurrir para que dejemos de hacer algo de suma importancia? En primer lugar debemos pensar en el punto de vista: es posible pasar por alto una obligación que nos importe a nosotros mismos, o bien una que resulte de interés a un tercero. En el primer caso, existe la posibilidad de que nos traicione la memoria o bien que actúe en nosotros un mecanismo de defensa que nos ayude a alejarnos de una actividad que no nos atrevemos a abandonar. Cuando la obligación beneficia a otros, si no la cumplimos a tiempo puede ocurrir que lo hagamos a conciencia o bien que nuestro cerebro nos juegue una mala pasada.
El caso de la palabra impostergable es particular en cuanto a que no posee antónimos bien definidos: ¿cómo nombrar aquellas obligaciones que podemos incumplir, o aquellos compromisos que podemos romper sin problemas? Un antónimo podría resultar absurdo, ya que anularía la propia naturaleza de lo impostergable. Con respecto a sus sinónimos, por otra parte, sí podemos citar los siguientes tres: urgente, inevitable e ineludible.
Si observamos los sinónimos recién mencionados, responden con precisión a las ideas expuestas en los párrafos anteriores. Por ejemplo, un hombre que recibe un balazo en el pecho necesita asistencia urgente, de forma ineludible e inevitable. Estos tres matices se encuentran presentes en otros casos, como el de la inflación y la construcción de un hospital en las proximidades de una ciudad.