El verbo infundir, procedente del vocablo latino infundĕre, se emplea para aludir a la acción de provocar una cierta sensación o emoción en el ánimo. Es posible infundir diferentes clases de impulsos.
Por ejemplo: “El objetivo de este tipo de grupos es infundir terror en la población para provocar un caos y así lograr un cambio de sistema”, “A veces, como médicos, tenemos la tarea de infundir esperanza en nuestros pacientes”, “Debemos infundir amor por la naturaleza a los niños para que sean ellos quienes lideren una nueva época más amigable con el medio ambiente”.
Tomemos el caso de una periodista que está investigando hechos de corrupción en el gobierno de su país. Esta mujer lleva presentados varios artículos con pruebas sobre los delitos. Una noche, recibe amenazas telefónicas donde una voz anónima le advierte que, si sigue adelante con su investigación, acabará perdiendo la vida. La periodista, al día siguiente, hace público lo sucedido y afirma que algunos individuos con mucho poder le quieren infundir miedo para que abandone su trabajo, aunque advierte que no lo hará.
Estos dos conceptos, infundir y miedo, podemos encontrarlos de la mano en un gran número de casos, en varios ámbitos diferentes. Por esta razón, es común que el verbo acarree un matiz ligeramente negativo en la percepción por parte de los hablantes, aunque esto no responda a su verdadero significado, de acuerdo con lo expresado en los diccionarios oficiales.
De todos modos, debemos pensar que el verbo infundir nos habla de una acción que ejecuta un individuo y que recibe otro de forma involuntaria, por lo general sin haber tomado una decisión. Sobra decir que nadie le pediría a otra persona que le infundiese miedo, pero tampoco cariño, seguridad o fe, ya que estas cosas suceden de forma espontánea.
Esto nos lleva a pensar que es precisamente en esta falta de control que tiene quien recibe los sentimientos o el impulso afectivo que un tercero infunde en su ánimo donde reside esa suerte de «violencia» que muchas veces asociamos con su significado. Los seres humanos tendemos a pensar que sabemos lo que el otro necesita: desde nuestros hijos hasta nuestros padres, pasando por nuestros amigos, nos creemos capaces de entender sus necesidades y muchas veces procedemos a intentar satisfacerlas sin pedirles opinión al respecto.
De esta manera, más de una vez nos equivocamos y les damos algo que no necesitan o, peor aún, que provoca en ellos una sensación negativa, precisamente lo contrario a lo que pretendíamos en un primer momento. Infundir miedo puede ser fácil, en especial si quien lo hace escoge al candidato adecuado; pero infundir fe o alegría es algo que depende mucho más de las características del otro. No siempre queremos ese discurso esperanzador para levantarnos de un pozo depresivo; a veces preferimos alguien que nos escuche, que simplemente nos permita desahogarnos. En un caso así, un intento de infundir buenos sentimientos puede fracasar rotundamente.
El director técnico de un equipo de fútbol, por otra parte, puede estar muy satisfecho con el nivel del nuevo arquero (portero) de su equipo. En una conferencia de prensa, el entrenador destaca que este jugador logró infundir seguridad al conjunto.
Infundir también puede referirse a poner algo en un líquido o a echar un fluido en un receptáculo: “El fármaco se debe infundir a una velocidad precisa”, “Infundir el té lleva unos pocos minutos”, “Solo un profesional debe encargarse de infundir los medicamentos”.
En el ámbito de la enfermería, por ejemplo, existe un dispositivo llamado bomba de infusión, que se usa para infundir sueros de manera precisa en un momento y en una proporción previamente definidos.