El término insanía se utiliza con frecuencia para aludir a la locura (la falta de cordura). Sin embargo, con dicha acentuación, la palabra no es reconocida por la Real Academia Española (RAE). Lo correcto, de acuerdo a la entidad, es hablar de insania: con acento en la primera A.
Insanía e insania, en definitiva, aluden a lo mismo, aunque la primera de las formas no es apropiada. Más allá de las reglas ortográficas y de lo aceptado por la academia, lo cierto es que podemos leer y escuchar sobre insanía en muchos medios de comunicación.
La insanía hace referencia a un desorden o desequilibrio mental. En la antigüedad se creía que los insanos eran víctimas de demonios o poderes sobrenaturales; con el paso del tiempo, se empezó a asociar la problemática a cuestiones médicas.
De todas maneras es importante tener en cuenta que la definición de insanía fue variando a lo largo de la historia, incluso en el terreno de la psicología y la psiquiatría. La esquizofrenia, la oligofrenia, la demencia y el trastorno bipolar son algunas de las enfermedades mentales que hoy reconoce la ciencia y que pueden vincularse a la insanía.
A nivel jurídico, la declaración de insanía de una persona supone que no tiene las aptitudes necesarias para comprender los límites de la realidad, es decir, en qué punto termina la realidad y comienza la fantasía. Por eso, cuando alguien es declarado insano, la administración de sus bienes pasa a un tercero, por ejemplo.
En este marco existe un concepto llamado vicios del consentimiento (también se conoce por los nombres vicios de los actos voluntarios y vicios de la voluntad), que hace referencia a determinadas características del individuo que comete un crimen o un delito que invalidan dichos actos o que exige que sean analizados de forma diferente.
Para que un acto jurídico pueda ser considerado voluntario se requieren tres puntos fundamentales en su ejecución: libertad, intención y discernimiento. Esto significa que el sujeto no debe actuar bajo coacción (presión por parte de un tercero para que cometa un delito, por ejemplo, amenazándolo gravemente), que debe desear genuinamente llevar a cabo sus actos (con sus respectivas consecuencias) y que debe entender perfectamente que no se trata de una ilusión sino de un hecho real.
Si alguno de estos aspectos no se cumple entonces se dice que el acto contiene vicios del consentimiento. La insanía y la inmadurez pueden obstaculizar el correcto discernimiento; el dolo, la ignorancia o un error pueden llevar a un delito sin intención; el fraude, la violencia o las amenazas pueden impedir que el sujeto actúe con libertad.
Pero es importante recordar que la insanía no sólo existe en los casos de asesinatos que aparecen en los noticieros o en las películas de suspenso, sino en nuestro entorno cotidiano, seamos conscientes o no de ello. De hecho, un número considerable de personas convive durante años con un trastorno mental perteneciente a este grupo sin saberlo. Tomemos por ejemplo el trastorno bipolar: se trata de una enfermedad relativamente común, aunque no se hable de ella con naturalidad ni quienes la padecen hablen del tema con cualquier persona. La inestabilidad emocional que vive un individuo bipolar puede arruinarle todos los aspectos de su día a día, desde el social hasta el laboral, y entre sus varios síntomas se encuentra la dificultad para distinguir la realidad de la fantasía en diversas situaciones.
En el lenguaje coloquial, por último, la insanía se refiere a la ausencia de racionalidad o de juicio: «En un acto de insanía, el hombre asesinó a su esposa y a sus tres hijos», «La insanía criminal del joven estremeció a sus vecinos», «El gobierno manejó la crisis con insanía y agravó los problemas».