La expresión latina manu scriptus (que se puede traducir como “escrito a mano”) derivó, en el latín medieval, en manuscriptum (un “texto escrito a mano”). Por eso, en nuestro idioma se llama manuscrito a aquello cuya escritura se realizó de manera manual.
Lo habitual es que el concepto aluda a un documento antiguo o que presenta un valor especial por tratarse de una creación de alguna personalidad famosa o reconocida. A partir de la masificación de las computadoras (ordenadores) y de las impresoras, los manuscritos son cada vez menos frecuentes.
La información que se escribe a mano suele volcarse en soportes flexibles como el papel o, más atrás en el tiempo, en pergaminos o papiros. El grafito de un lápiz o la tinta de un bolígrafo son algunas de las sustancias que permiten el desarrollo de manuscritos.
En un sentido literal, una carta escrita a mano es un manuscrito. De todos modos, como señalábamos líneas arriba, la noción se utiliza más frecuentemente respecto a un texto de antigüedad, como los Manuscritos del Mar Muerto (creados entre el año 250 antes de Cristo y 66 d. C.) o el Manuscrito Voynich (desarrollado en un idioma desconocido).
También suele mencionarse como manuscrito al texto original que compone una publicación. A las obras que se envían a un concurso literario, en este marco, se las identifica como manuscritos, incluso cuando hayan sido desarrolladas en un procesador de texto y enviadas por correo electrónico. Esto demuestra que hay manuscritos, por lo tanto, que no son escritos a mano.
Los concursos literarios representan una gran oportunidad para los escritores que aún no han publicado ninguna de sus obras, ya que les no sólo les da esta oportunidad sino que también les otorga una suma de dinero con la cual financiar su siguiente libro, mientras el primero se vende en las librerías.
En el caso de los poemarios, los libros de relatos y las novelas, entre otras obras de una cierta extensión, es normal que entre los requisitos se encuentre la entrega de un documento medianamente maquetado, incluyendo un índice, para que la revisión por parte del jurado sea similar a la experiencia de leer un libro acabado. Sin embargo, es importante entender que ellos no esperan encontrarse con un producto final, sino que contemplan la presencia de ciertos errores, los cuales se pulirán en la etapa previa a la publicación.
Tan sólo este punto es crucial para muchos escritores que no se deciden a enviar sus manuscritos por sentir que todavía no los han corregido lo suficiente. Uno de los mejores consejos para ellos es conformarse con un nivel satisfactorio de consistencia, sin preocuparse por las asperezas que pueda tener. El libro ganador siempre atraviesa una etapa de corrección en manos de los profesionales de la editorial, y entonces pueden cambiar elementos de la historia e incluso el título.
Esto no significa que podamos enviar un «borrador», es decir, un conjunto de anotaciones desestructuradas que solamente nosotros entendamos. El manuscrito debe estar bien ordenado y corregido, aunque todavía queden detalles por pulir. Además, la actitud del participante a la hora de presentarse en un concurso debe ser la de un vendedor convencido de su producto: en la carta con la descripción de la obra debemos encontrar el equilibrio entre una la seguridad y una soberbia.
El trabajo del escritor no es nada fácil, y los concursos no pueden darles oportunidades a todos. Por eso es tan importante enviar los manuscritos a diferentes editoriales para pedirles que consideren su publicación, aunque el éxito por esta vía es también muy poco probable. En este caso, incluso una respuesta poco favorable es un recurso a atesorar, ya que puede servirnos para mejorar la obra y volver a enviarla con más seguridad.