La noción de morfogénesis se emplea con referencia al proceso que atraviesa un organismo para adoptar su forma. Mediante la morfogénesis, el embrión va desarrollando la estructura correspondiente a su especie a través de cambios sucesivos en los tejidos, en los órganos y a nivel global.
La morfogénesis permite que un sistema sea viable. Gracias a su desarrollo, posibilita el crecimiento y la adaptación del ser a partir de la distribución espacial y de la organización de las células.
Existen sustancias especializadas denominadas morfógenos que dirigen los patrones de crecimiento, transportando los mensajes que se necesitan para la diferenciación celular. Así cada ser viviente adopta su apariencia según la morfogénesis.
La morfogénesis y las formas
Las células intervinientes en los cambios de forma cuentan con propiedades como la adhesividad, la contractilidad y la motilidad. Estas particularidades hacen que, partiendo de células iguales, luego se produzcan las diferenciaciones.
La morfogénesis, por lo tanto, se vincula al origen de las formas, como incluso indica su raíz etimológica. Puede entenderse al proceso como aquello que orienta a las células a desarrollarse de manera ordenada en las diferentes etapas que derivan en la formación del organismo.
En la morfogénesis es posible reconocer aspectos como el proceso embrionario, el crecimiento celular y la diferenciación de las células. La información que determina el modo de desarrollo se registra en el núcleo de la célula, donde se contienen los datos hereditarios.
La morfogénesis, en definitiva, es el principio regente que presenta lo necesario para activar los mecanismos celulares y biológicos que dan forma al organismo.
El desarrollo del embrión
A lo largo del desarrollo del embrión, las afinidades diferenciales restringen las células a diferentes capas. Esto puede tener lugar de varias maneras; por ejemplo, mediante las adhesiones moleculares célula-a-célula. Si realizamos un cultivo, las que posean un mayor grado de adhesión se dirigen al centro de la mezcla.
La historia de la morfogénesis nos lleva a la primera mitad del siglo XX. Los estudios más antiguos de este campo los llevaron a cabo Alan Turing y D»arcy Wentworth Thompson, dos científicos británicos, basados en la supuesta influencia del modo en el que las funciones físicas y matemáticas tienen en el desarrollo y el crecimiento de los embriones, o sea, en el momento en el que se activan los mecanismo biológicos y celulares.
El trabajo de Turing y Wentworth Thompson dio lugar a otra investigación, que abrió las puertas al descubrimiento de la estructura del ADN en el año 1953, partiendo de ciertos datos de difracción de rayos X que recogieron los científicos Rosalind Franklin, Francis Crick y James D. Watson. También sirvió para impulsar el surgimiento de la bioquímica y de la biología molecular.
Estos tres descubrimientos fueron muy útiles para el campo de la morfogénesis. Es importante señalar que en aquella época aún no se había comprobado el hecho de que las células contuvieran información hereditaria en sus núcleos, algo que en la actualidad se sabe con certeza.
Los estudios modernos de la morfogénesis
Se dice que la morfogénesis alcanzó la modernidad con los análisis realizados por Townes y Holtfreter, alrededor del año 1955. Ellos aprovecharon los conocimientos acerca de la disociación de los tejidos de anfibio en células individuales, algo que ocurre cuando se los coloca en soluciones alcalinas, y los usaron para elaborar suspensiones celulares de cada capa germinal (en total, son tres) luego de la formación del tubo neural. Combinaron al menos dos de éstas en más de un sentido y notaron la adhesión de las células cuando el pH se normalizaba.
Townes y Holtfreter usaron embriones de salamandra y rana para hacer un seguimiento de las células recombinadas y descubrieron que se encontraban segregadas espacialmente: en otras palabras, no continuaban mezclándose, sino que se dividían en regiones.