El término sánscrito nīlautpala pasó al pelvi como nīlōpal, que a su vez llegó al árabe como naylūfar. A nuestro idioma el concepto arribó como nenúfar: así se denomina a una planta acuática que pertenece al grupo familiar de las ninfeáceas.
Los nenúfares presentan rizomas nudosos y extensos; hojas de forma redondeada que alcanzan la superficie del agua; flores de tonalidad blanquecina; y frutos con apariencia de globo. Las hojas y las flores, por lo tanto, pueden apreciarse a simple vista ya que flotan.
Es importante mencionar que, más allá de la especie, se suele usar la noción de nenúfar para nombrar a cualquier planta acuática que dispone de flores. Los nenúfares pueden encontrarse en ríos, pantanos, lagunas y lagos, por mencionar algunas posibilidades, con sus raíces fijadas en el fondo.
En la Antigüedad, los egipcios les atribuían un simbolismo a los nenúfares que crecían en el río Nilo. Como las flores se abren durante el día y se cierran por las noches, se vinculaba la planta a cuestiones de los dioses y de la muerte, más específicamente a la separación de los dioses y las creencias relacionadas con el más allá.
El nombre que recibían los nenúfares en el antiguo Egipto era «lotos», aunque no debemos pensar en el género lotus, en el cual se reconocen alrededor de ciento cincuenta especies pero se relaciona con unas trescientas más que aún no han sido aceptadas oficialmente. Si observamos las capiteles de las columnas de un templo egipcio es común encontrar esta flor en su motivo.
A comienzos del tercer milenio, los científicos descubrieron que el nenúfar llamado loto azul tiene propiedades psicodélicas, y es muy probable que los antiguos egipcios también lo supieran, en especial porque la usaban en algunas de sus ceremonias, algo que se aprecia en muchas representaciones gráficas que dejaron plasmadas en sus muros. En la tumba de Ramsés II, por ejemplo, se encontraron restos de esta planta.
En una placa de terracota de origen sirio elaborada entre los siglos XIV y XIII a. C., podemos ver a la diosa Asera con dos nenúfares. También aparece en un panel de marfil que pertenece al periodo comprendido entre los siglos IX y VIII a. C., donde se ve al dios Horus sentado sobre una de sus flores, junto a la cual hay dos ángeles.
Es importante señalar que el interés por los nenúfares no murió con las antiguas civilizaciones, sino que persistió y se adaptó a las características de cada era. En tiempos más recientes, su papel no se encuentra en los ritos pero sí en la ornamentación y la medicina alternativa. Claude Monet, el pintor francés nacido en la segunda mitad del siglo XIX, le dio a esta planta un gran protagonismo en varias de sus obras.
Con respecto a sus propiedades medicinales, el nenúfar puede actuar como astringente para lavar la zona genital en tratamientos contra la leucorrea, la gonorrea y también el cáncer de útero. Por otro lado, sirve como enjuague bucal para aliviar infecciones y abscesos, si se decuece su raíz. En caso de inflamaciones o quemaduras en la piel, su aplicación es también beneficiosa.
Cabe destacar que los nenúfares demandan aguas estancadas o de poca corriente. Debido a que sus raíces pueden medir más de cuatro metros, tienen la posibilidad de crecer en aguas profundas. Las primeras hojas que surgen son las más grandes, y luego aparecen las alargadas que flotan y se observan en la superficie.
Aunque depende de cada especie, por lo general los nenúfares prefieren las aguas cálidas. Una vez que mueren las hojas, lo ideal es extraerlas para que el agua no se contamine con la descomposición.