Con origen en el vocablo latino nomen, el concepto de nombre constituye una noción que se destina a la identificación de seres que pueden ser animados o bien, inanimados. Se trata de una denominación de carácter verbal que se le atribuye a un individuo, un animal, un objeto o a cualquier otra entidad, ya sea concreta o abstracta, con el propósito de individualizarlo y reconocerlo frente a otros.
Desde la perspectiva de la gramática, los nombres se enmarcan en el grupo de los sustantivos. Es posible, a su vez, catalogarlos como sustantivos propios (aquellos que identifican a un individuo concreto y específico. Por ejemplo: «Juan», «María», «Ricardo») o sustantivos comunes (los cuales señalan a un conjunto o clase como sucede en los casos de «auto», «perro», «casa»).
Los nombres científicos, por otra parte, se utilizan para darle una denominación ordenada a aquello que es descubierto por los especialistas. Por eso requieren de una taxonomía precisa que ofrezca una nomenclatura.
Los nombres en el proceso cognitivo
En el caso de los seres humanos, los nombres se asimilan en las primeras etapas de aprendizaje del lenguaje. Lo que primero se designa con gestos (al señalar algo), se convierte en un concepto al aprender la palabra correspondiente. Por eso los nombres resultan claves en el proceso cognitivo.
Un niño aprende su propio nombre (aquella palabra por la cual lo llaman los demás) antes que la noción de Yo. Al ser designado mediante un nombre propio, es habitual que el niño que empieza a hablar se reconozca a sí mismo a través de la repetición de su nombre (es decir, que haga referencia a sí mismo en tercera persona).
La onomástica y la toponimia
En lo que respecta a los nombres propios tenemos que subrayar que existe una disciplina, próxima a la historia, que se da en llamar onomástica y que tiene como función principal el estudiar no sólo el origen etimológico sino también el contexto histórico de aquellos.
Asimismo existen otras importantes áreas que toman como eje central los nombres. Este sería el caso, por ejemplo, de la conocida como toponimia. En su caso, la misma se encarga de llevar a cabo el estudio de los nombres que tienen las ciudades, comarcas o regiones de los diversos países del mundo.
La antroponimia y el estudio de los nombres propios
Y en este sentido tampoco podemos olvidarnos de la antroponimia. Más exactamente podemos establecer que esta lo que hace es proceder al estudio y análisis de los nombres propios y también de sus apellidos. Es importante subrayar el hecho de que cuando estos se caractericen por su linaje y por su «nobleza» serán objeto del campo de la heráldica. Una ciencia esta que también se dedica a lo que son los escudos, las armas, los blasones o las armerías.
En este campo de la antroponimia podemos subrayar que básicamente cuando se refiere al ámbito español se encuentra con el hecho de que los nombres y apellidos que se encargará de analizar en profundidad tienen cuatro posibles orígenes:
– Romano. Este sería el caso de nombres como Antonio o Julio.
– Griego.
– Hebreo y arameo. Entre los ejemplos que emanan de estas lenguas se encuentran Moisés, Jesús, María o Tomás.
– Germánico. Fernando, Gonzalo, Elvira, Alfonso o Álvaro son nombres que emanan de combinaciones de diversas lenguas de este origen.
Los nombres propios son aplicados a las personas, pero también a los animales y hasta objetos con significación especial. Las mascotas, en este sentido, siempre reciben un nombre propio («Bobby», «Tom», «Pancho»).