Perdón es la acción de perdonar, un verbo que hace referencia a solicitar u otorgar a alguien la remisión de una obligación o una falta. Antes del momento del perdón, la persona que lo solicita debe estar arrepentida, mientras que el perjudicado por la falta tiene que estar dispuesto a dejar el problema atrás.
Por ejemplo: “Claudia sabe que cometió muchos errores irreparables y por eso pidió perdón a toda su familia”, “Te pido perdón, nunca pensé que mis palabras pudieran causarte tanto daño”, “De nada sirve que se disculpe ahora, luego de haberse pasado la vida entera maltratándolo y humillándolo sin piedad”.
El perdón, por lo tanto, es la remisión de una obligación pendiente, de una ofensa recibida o de una pena merecida por la falta. Al perdonar se expresa la indulgencia, tolerancia o comprensión ante el error ajeno: “No te preocupes, te perdono. Quiero que todo vuelva a ser como antes”.
El perdón en la religión
Las religiones otorgan una gran importancia al perdón. Entre los mandatos religiosos suele encontrarse la necesidad de dar a los demás una segunda oportunidad, de disculparse por las propias ofensas y de solicitar el perdón divino por los pecados.
El sacramento de la confesión es la forma de pedir perdón a Dios, y debe tener como intermediario a un sacerdote.
El rencor y la magnitud de la falta
Dependiendo de diversos factores culturales, el perdón puede cobrar un peso considerable, convertirse en un regalo que solamente un grupo selecto de personas deban obtener. El odio y el resentimiento que crecen en una persona que no perdona a otra puede ser igualmente frustrante y dañino para ambas partes.
Muchas veces, el rencor y el deseo de venganza nos ciegan y magnifican los errores ajenos. Si bien es aconsejable evitar dicha carga, es cierto que no todos los fallos son merecedores de nuestro perdón, y esto vuelve el análisis más complejo.
Desde un punto de vista superficial, se pueden distinguir las acciones voluntarias y las involuntarias; dentro de ambos grupos, a su vez, según las consecuencias de cada una es posible clasificarlas de acuerdo al tipo de daño que provoquen a los demás. De esta manera, resulta entendible que la pérdida de un libro ajeno no pueda compararse con un intento de asesinato.
La libertad de conceder o negar el perdón
Claro está que, dada la complejidad de nuestro cerebro y la diversidad de las situaciones que generamos y atravesamos a lo largo de nuestra vida, un mero titular no debe tomarse como una representación completa de un hecho y, por consiguiente, no basta para emitir un juicio. Retomando el ejemplo del intento de asesinato, la moral de muchas personas no necesitaría de más información para asegurar que se trata de un pecado injustificable.
Sin embargo, para otro porcentaje de la población, existen ciertas razones que pueden justificar dicha acción; por ejemplo, si la víctima de un abusador planea quitarle la vida, gran parte de la opinión pública estará a su favor. En cualquier caso, los seres humanos podemos escoger libremente a quién perdonar, y muchas veces lo hacemos por nuestro propio bienestar.
Un camino a la paz
Perdonar, incluso las heridas más profundas, nos otorga paz, nos quita un peso considerable de las espaldas, y nos permite seguir adelante, dejar atrás las experiencias nefastas y reconstruirnos, para volvernos más fuertes. Negarlo, por el contrario, extiende la repercusión de las ofensas que hayamos recibido, logrando que nos acompañen durante años, incluso mucho tiempo después de haber cortado la relación con nuestros agresores.
El término perdón, por último, tiene varios usos propios de una conversación formal; por ejemplo, se utiliza para interrumpir el discurso de otro sujeto y tomar la palabra (“Perdón, pero no estoy de acuerdo, creo que lo mejor sería…”) o para hacer notar al interlocutor que no se ha comprendido algo (“¿Perdón? ¿A qué te refieres?”).