Pigmalión es el nombre de un personaje mitológico, cuyos orígenes se remontan a la Antigua Grecia. De acuerdo al mito, se trataba de un monarca que, tras no encontrar a la mujer ideal para contraer matrimonio, optó por desarrollar esculturas que le permitieran suplir la presencia femenina como compañera de vida.
La historia cuenta que Pigmalión terminó enamorándose de una de sus creaciones, bautizada como Galatea. La diosa Afrodita se conmovió ante el deseo de Pigmalión (reflejado a través de un sueño que tuvo el rey) y le concedió vida a la escultura, transformando a Galatea en un ser humano.
«Pigmalion» de George Bernard Shaw
Este mito tuvo diversas representaciones en teatro y cine. Una de las obras teatrales más populares basadas en el relato, titulada simplemente «Pigmalión», fue escrita por el irlandés George Bernard Shaw en 1913, un autor que ganaría el Premio Nobel de Literatura años más tarde.
En la historia de Shaw, que transcurre en Londres, un profesor de fonética (Henry Higgins) conoce por casualidad a una florista (Eliza Doolitle) que posee un nivel de educación muy bajo. Higgins le apuesta a un amigo que puede convertir a Eliza en toda una dama en tan sólo seis meses, y así comienza una trama muy interesante en la que se ponen de manifiesto los intereses de cada parte, quienes no podrán escapar de las consecuencias de sus obsesiones y secretos. Es una visión muy particular, que ha sido inspiración de sucesivas obras en varios medios, tal como la película «My fair lady», protagonizada por Audrey Hepburn.
La importancia de la influencia
El mito griego, por otra parte, es tomado para explicar un fenómeno conocido como efecto Pigmalión, que sostiene que aquello que piensa un sujeto sobre otro puede tener influencia sobre el desempeño de este segundo individuo.
El efecto Pigmalión puede manifestarse de distintas maneras. Un docente puede tener ciertas expectativas respecto a sus estudiantes, determinando finalmente el rendimiento de los alumnos mediante sus previsiones. El efecto Pigmalión también puede aparecer cuando una persona logra concretar sus expectativas a partir de su convencimiento de poder hacerlo.
Es importante destacar que el efecto Pigmalión puede ser negativo (cuando las expectativas inciden en contra de la autoestima de la persona) o positivo (las previsiones elevan la autoestima).
El efecto Pigmalión en la educación
El efecto Pigmalión en el ámbito educativo ocurre con demasiada frecuencia y resulta negativo para los alumnos «escogidos» y para el resto. Como se expone en un párrafo anterior, una de sus manifestaciones se da en el aula, cuando los maestros depositan en ciertos estudiantes una serie de expectativas acerca de su rendimiento académico. El primer problema a destacar de este fenómeno es que dichos alumnos no piden ser tratados con favoritismo aunque, pasado un tiempo, comienzan a disfrutarlo y a necesitarlo.
Cuando los docentes «deciden» que determinados alumnos serán los mejores de la clase, aunque se trate de procesos inconscientes, comienzan a tratarlos de una manera especial, con más paciencia, los empujan sutilmente hacia el éxito, alimentando su ego desproporcionadamente a causa de no exigirles tanto esfuerzo y dedicación como al resto. En consecuencia, dichos estudiantes mejoran su rendimiento constantemente, sorprendiendo a su entorno con cada respuesta, con cada calificación, y alimentando la fantasía de sus maestros.
Una de los principales consecuencias negativas del efecto Pigmalión en los centros educativos es la envidia que siembra en los alumnos ignorados hacia los favorecidos: por un lado, los primeros se sienten disminuidos por parte de sus docentes, creen que no son lo suficientemente capaces como para enorgullecerlos con su rendimiento y esto puede resultar en que dejen de esforzarse; los últimos, por su parte, sufren la envidia pero no pueden permitirse rechazar los halagos de sus maestros y sus mayores, por lo cual desarrollan actitudes que entorpecerán su inserción social en el futuro.