El concepto de probabilismo proviene del vocablo latino probabĭlis. El término alude a una doctrina teológica que afirma que, desde el punto de vista moral, resulta aceptable decantarse por una opinión probable y no por la más probable.
De acuerdo al probabilismo, se justifica el desarrollo de una acción cuando existe una posibilidad de que sus efectos sean positivos, incluso cuando el consenso social sostenga lo opuesto. Esta corriente, por lo tanto, defiende la libertad.
Es posible encontrar las raíces del probabilismo en la filosofía de la Antigua Grecia. A finales del siglo XVI, la doctrina comenzó a ser impulsada por religiosos católicos, sobre todo por los jesuitas.
Para el probabilismo, la conducta a adoptar tiene que definirse a partir de lo que se considera probablemente recto. Así, se puede aceptar una opinión probable por más que haya otra opinión incluso más probable que sea contraria, siempre que se considere que su resultado puede ser bueno.
Al elegir una opinión menos probable cuando existe otra contraria, se actúa con libertad. La persona, en este marco, no opta por aquello con mayores probabilidades, sino que se decanta por algo menos seguro.
El teólogo y fraile español Bartolomé de Medina está considerado como el impulsor del probabilismo en el catolicismo. En 1577, al analizar la Suma Teológica de Tomás de Aquino y siguiendo el razonamiento de este pensador, indicó que, cuando una opinión aparece como probable, seguirla es lícito aun cuando la opinión contrapuesta aparezca cono más probable.
Volviendo a Bartolomé de Medina, nació en el municipio y localidad de España Medina de Rioseco (de ahí la parte de su nombre que identificamos como el apellido, algo muy común en ciertas partes del territorio español) en el año 1527. Estudió en la Universidad de Salamanca, donde uno de sus profesores fue Francisco de Vitoria, otro fraile dominico de gran importancia. Allí mismo se desempeñó como catedrático unos años después.
Con el tiempo, varios papas condenaron el probabilismo. Esto se debe a que opinaron que favorecía el laxismo, propiciando conductas alejadas de los valores morales. El gran problema para la religión se da porque el probabilismo nos abre la puerta a escoger cualquier opción, de manera independiente de sus características, por el mero hecho casi caprichoso de que sea probable.
Este tema está íntimamente ligado al concepto de opinión. Tal y como se explica en las definiciones de probabilismo más antiguas, si no existe una certeza con respecto a lo que se considera correcto y moral, entonces solamente nos queda apoyarnos en las opiniones. Como todos sabemos, ya que incluso en la actualidad se mantiene esta idea, todas las opiniones son válidas. Por esto es que el probabilismo las respeta sin límites.
Medina escribió mucho acerca de este tema, y se apoyó, por ejemplo, en algunas ideas de Tomás de Aquino, quien en uno de sus libros afirmó que ningún precepto debería ser tomado como una obligación, sino que ésta debería surgir al conocerlo. Aquino también es el autor de la frase «la ley dudosa no obliga».
Si bien los dominicos que siguieron a Medina no se mostraron para nada contentos de sus ideas, éstas sirvieron a personas como Gabriel Vázquez, Francisco Suárez y Luis de Molina, entre otros jesuitas, quienes en base a la reflexión acerca del probabilismo crearon una suerte de incertidumbre o duda moral. Su punto de vista no era muy diferente, ya que se posicionaron a favor de la libertad de opinión incluso en los casos en los que la contraria sea también digna de respeto.
Otro de los conceptos que se desarrollaron en aquella época fue la relación entre la causa y el efecto, entendida de una manera menos rígida, más espontánea y flexible, que permita llegar al mismo resultado por medio de decisiones (y opiniones) muy diferentes.