El vocablo latino procreatio llegó a nuestro idioma como procreación. Así se denomina al acto y la consecuencia de procrear: engendrar un nuevo ser.
Un nuevo nacimiento
La procreación, por lo tanto, es la reproducción de un ser humano o de un animal. Se trata de un proceso biológico que posibilita el nacimiento de otro organismo.
La procreación humana implica una reproducción de tipo sexual, ya que la información genética del descendiente incluye aportes de los dos progenitores a través de la fusión de los gametos. El ADN de los padres se combina y así el hijo cuenta con una genética diferente y distintiva.
Procreación asistida
La idea de procreación asistida o reproducción asistida alude a las técnicas que permiten reemplazar o facilitar ciertos procesos naturales que se desarrollan en el marco de la fecundación. Esto hace que dos personas puedan convertirse en padres aún sin lograr el embarazo a través del coito.
La inseminación artificial y la fecundación in vitro son dos métodos populares de procreación asistida. Este tipo de recursos posibilita que muchas parejas alcancen la paternidad.
La historia de la procreación asistida es relativamente corta, ya que la primera persona concebida en un laboratorio nació en el año 1978. Estamos hablando de Louise Brown, una niña inglesa cuyo nacimiento marcó un antes y un después en la lucha contra la infertilidad. Más específicamente, la técnica usada en este caso fue la fecundación in vitro, para la cual es necesaria la extracción de un óvulo y su posterior cultivo con un espermatozoide.
Procreación responsable
La noción de procreación responsable, por otro lado, se vincula a la planificación de la reproducción. A través de políticas y campañas de procreación responsable se busca la prevención de los embarazos no deseados, reducir la mortalidad materno-infantil y favorecer la toma de decisiones reproductivas sin que influyan la violencia ni la coacción.
Es importante tener en cuenta que el Estado cumple un rol importante en diversos aspectos vinculados a la procreación. Las madres, los padres y los descendientes cuentan con derechos que apuntan a que el proceso se lleve a cabo de manera saludable y en plenitud. Tanto es así, que podemos afirmar que la existencia o el surgimiento de la idea de «procreación responsable» tiene sus orígenes en una serie de movimientos sociales y sus respectivas respuestas por parte de los gobiernos.
En primer lugar debemos hablar de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, algo que debería aplicarse en todos los aspectos de la vida, en todos los ámbitos de la sociedad. Si dos personas de sexos opuestos deciden formar una familia, ninguna de las dos debería tener más del cincuenta por ciento del voto en las decisiones del grupo, algo que se extiende a la posibilidad de tener hijos. Sabemos que incluso en la actualidad muchas mujeres se sienten obligadas a ser madres por parte de sus esposos, padres o del propio Gobierno, dependiendo del país. Incluso cuando no existe una ley, las presiones sociales pueden ser muy fuertes.
Para que exista una procreación responsable, debemos atacar en primer lugar dichas presiones, para dar a la mujer la posibilidad de gobernar su propio cuerpo. Luego viene el tema de los métodos anticonceptivos, sobre el cual deben informarse tanto las mujeres como los hombres para escoger los que mejor se adapten a sus necesidades. Si una pareja no desea tener hijos, entonces debe usar estos recursos sin excepción. Aquí entra de nuevo el Estado, ya que es el responsable de concienciar a la población de la importancia de los profilácticos y de ofrecerlos gratuitamente a las personas de bajos recursos.