Del latín pusillanimis, pusilánime es un adjetivo que menciona la falta de ánimo y valor para soportar las desgracias o para superar grandes desafíos. Alguien pusilánime es temeroso, dubitativo y falto de coraje. Por ejemplo: “Los soldados no pueden ser pusilánimes: siempre tienen que actuar con determinación y valor”, “No seas pusilánime y enfréntate a tu padre”, “Ricardo es un pusilánime; tolera que todo el mundo le falte el respeto y nunca se atreve a defender su posición”.
El coraje, la valentía, el ímpetu, la bravura y la audacia son algunos de los conceptos que se contraponen a la actitud de una persona pusilánime, un comportamiento que no incluye las decisiones firmes y la determinación, sino que está asociado a la debilidad, el temor, el miedo y la duda.
Pusilánime, un término ofensivo
El ex militar y político argentino Aldo Rico, quien se sublevó contra el orden democrático en 1987 y 1988, y fue intendente del partido bonaerense de San Miguel, se valió de este término (que había caído en desuso en Argentina hacía ya mucho tiempo) para despreciar y atacar a sus opositores.
A nadie puede agradar recibir el calificativo de pusilánime, ya que supone una ofensa. Los valores que ataca el concepto son considerados muy importantes (como la valentía o el coraje) y ninguna persona admite, al menos públicamente, que le faltan dichas cualidades.
Un artículo de Javier Marías
En el año 2008, el conocido escritor y editor español Javier Marías publicó en el diario El País un artículo de opinión titulado «La formación de pusilánimes«, en el cual denunciaba la obsesión de las sociedades por crear reglamentos que estructuren nuestras vidas. Aseguraba que poco a poco vamos renunciando a nuestra libertad, cada vez que nos sometemos a una nueva norma o cuando una actividad que hasta cierto momento de la historia era posible se convierte en delito.
En el pasado, así como lo hacen los animales, los seres humanos éramos capaces de enfrentarnos a nuestros problemas, de oponernos a nuestros agresores y de exigir que se nos respetase; hoy en día, casi nadie está dispuesto a participar de la solución de sus propios conflictos, ya que espera que alguien se ocupe de ellos. Las leyes y las normativas nos oprimen y, a su vez, nos quitan el peso de pensar en cada cosa que hacemos, de anteponernos a las consecuencias de nuestros actos, ya que cualquier error que cometamos será automáticamente evidenciado por el organismo correspondiente.
Cada vez más pusilánimes
Otra de las problemáticas que plantea en su artículo es la represión que deben soportar los docentes, especialmente en Norte América, dada la paranoia que gira en torno al acoso sexual, más precisamente, a su variante «visual». Explica que es común que los profesores fijen la vista en una persona mientras dictan clases, independientemente de su género y de su orientación sexual, buscando «personificar» a la clase entera de manera inconsciente, y resalta el peligro que eso conlleva en la actualidad, dado que algunos estudiantes pueden tomar dicha acción como una molestia cargada de lujuria.
Ante el peligro de recibir una denuncia por acoso sexual visual, gran parte del cuerpo educativo norteamericano busca dejar la mirada perdida en el techo o en las paredes de las aulas mientras realizan su trabajo. Esto puede parecer trivial, pero es una muestra más de lo deficiente de nuestras estructuras sociales, que ya no se basan en la comunicación directa, en el diálogo, sino en transitar caminos prefabricados, sin importar hacia dónde nos conduzcan.
En resumen, Javier Marías trata con altura y destreza literaria un fenómeno innegable que debería preocuparnos a todos: estamos perdiendo nuestra identidad como especie; nos hemos convertido en seres irritables y cobardes que ni siquiera saben por qué se ofenden, pero sí recuerdan a qué número llamar para exigir una compensación.