La radiactividad es la propiedad de ciertos cuerpos dotados con átomos que, al desintegrarse de forma espontánea, generan radiaciones. Este fenómeno de carácter físico -también denominado radioactividad según acepta la Real Academia Española– posibilita la impresión de placas fotográficas, la generación de fluorescencias o la ionización de gases, entre otras cuestiones.
Cabe resaltar que las radiaciones pueden clasificarse como electromagnéticas (rayos X o rayos gamma) o corpusculares. Al atravesar un medio, la radiactividad lo ioniza, ya sea de manera directa o indirecta.
Un elemento posee radiactividad cuando sus isótopos no son estables y necesitan perder energía para alcanzar su estado fundamental. Esta pérdida de energía se produce con emisiones de tipo electromagnético de partículas, lo que le permite modificar la energía presente en sus nucleones o electrones, o variar el isótopo.
Descubrimiento de la radiactividad
El descubrimiento de la radiactividad se dio en el siglo XIX, más concretamente en el año 1896 pues fue cuando el físico francés Henri Becquerel la detectó por casualidad. Y es que el mismo se encontraba trabajando en los fenómenos de la fosforescencia y la fluorescencia con un mineral que contenía uranio, el cristal de Pechblenda.
Así, a partir de aquel y por la pura casualidad de que un día de sol descubrió que la placa fotográfica con la que operaba, junto al citado uranio, estaba velada a pesar de que no haber recibido los rayos solares, fue como comprendió que ese cristal citado poseía radiación.
Este científico fue el pionero pero no obstante sería la gran física y química polaca Marie Curie la que establecería el término radiactividad. En concreto, a partir del estudio del citado Becquerel, ella y su esposo desarrollaron numerosos estudios y descubrieron, por ejemplo, la radiactividad del torio.
Pero ese fue sólo el punto de partida pues a partir de ahí siguieron trabajando y encontraron otros elementos químicos que también compartían dicha cualidad. Este sería el caso del radio o del polonio. Un elemento este último que curiosamente recibió su nombre en honor a la patria de Marie.
El resultado de todo ello fue no sólo el descubrimiento de la radiactividad sino también la obtención de esta mujer, junto a su marido y a Becquerel, del Premio Nobel de Física en 1903.
Riesgos para la salud
Se puede hacer una distinción entre la radiactividad natural (aquella que manifiestan los isótopos que se hallan en la naturaleza) o artificial (inducida por medio de alteraciones artificiales). Cabe destacar que el ser humano apela a la radiactividad para generar energía nuclear o para realizar diversos diagnósticos y terapias en la medicina.
La radiactividad, cuya unidad de medida en el Sistema Internacional es el becquerel, implica riesgos para la salud humana. Estos riesgos, sin embargo, son muy variables y dependen de la intensidad de la radiación, la duración de la exposición y el tipo de tejido afectado.
Es por eso que se considera que las radiaciones de origen natural que surgen del medio ambiente no son dañinas, siempre que éstas se mantengan por debajo de un cierto nivel. Para no sobrepasar este límite, la persona debe controlar el tiempo de exposición a la fuente de radiación y contar con algún tipo de blindaje.