La identidad es el conjunto de los rasgos propios de un individuo o de una comunidad. Estos rasgos caracterizan al sujeto o a la colectividad frente a los demás. Por ejemplo: «La tradición de tomar mate forma parte de la identidad rioplatense», «Una persona tiene derecho a conocer su pasado para defender su identidad».
La identidad, término que procede del vocablo latino identitas, también es la conciencia que una persona tiene respecto de sí misma y que la convierte en alguien distinto a los demás. Tiene que ver con el autoconcepto y la autoimagen de un sujeto que le permiten percibir su propia individualidad y su singularidad.
Aunque muchas de las características que forman la identidad son innatas y se obtienen por herencia, siendo dadas por la genética, el entorno ejerce una gran influencia en la conformación de la especificidad de cada sujeto; por esta razón tienen validez expresiones tales como «estoy buscando mi propia identidad». Los valores que se transmiten en una familia y las creencias que se forman a partir de la vida en comunidad también inciden en el desarrollo de la personalidad.
La identidad como dimensión personal
En el plano de lo individual, la idea de identidad se asocia con algo propio, una realidad interior que puede quedar oculta tras actitudes o comportamientos que, en realidad, no tienen relación con la persona: «Sentí que había perdido mi identidad; comencé a aceptar trabajos que no me gustaban y con los que no tenía nada en común».
Cada persona tiene creencias, motivaciones y deseos que guarda en su interior. Sin embargo, en ocasiones no se reflejan en las experiencias que vive. Para lograr un verdadero desarrollo personal y alcanzar la plenitud, debe existir una concordancia entre esos sentimientos y emociones y la filosofía de vida que se aplica, evitando conflictos y contradicciones.
Sin embargo, la identidad puede quedar relegada cuando, debido a una profesión o una ocupación, el sujeto se ve forzado a asumir un cierto rol y a adaptar su conducta en contra de sus anhelos. El contexto familiar y la presión social también puede llevar a enmascarar la verdadera identidad, atentando contra la singularidad.
Sexualidad, género y orientación
El concepto de identidad sexual hace referencia a la visión que cada persona tiene de su propia sexualidad, lo cual resulta determinante a la hora de relacionarse con el resto de la sociedad. La noción vincula la dimensión biológica del ser humano con el aspecto cultural y la libertad de elección.
Es importante aclarar que la identidad sexual no tiene relación con la orientación sexual: la primera se refiere al género que una persona siente que la representa o que le corresponde; la segunda, en cambio, se refiere al género hacia el cual se siente atraída. Ambos casos, sin embargo, escapan a la voluntad, por lo cual es también incorrecto hablar de «elección».
Teniendo en cuenta el rechazo que muestran los grupos nacionalistas y religiosos a quienes desean recorrer su propio camino, es esperable que desprecien a alguien que no se sienta cómodo con su género. Existen prejuicios que se plasman en actos de discriminación y esa falta de aceptación termina, en ocasiones, afectando a la diversidad. Alguien que tiene una identidad de género que no coincide con su sexualidad biológica puede llegar a adaptar un estilo de vida que no lo satisface con el objetivo de evitar agresiones, que incluso pueden provenir desde al anonimato de las redes sociales.
Los seres humanos que temen conocerse a ellos mismos, hacerse preguntas y mostrarse como realmente son, tienden a refugiarse en la falsa seguridad que les proporciona un grupo social. Desde esa quietud, se burlan y atacan a quienes han tenido la valentía de buscar su propia identidad de género más allá de las críticas y los ataques.
La identidad, foco de conflicto
La identidad pertenece al grupo de conceptos que suelen generar controversia cuando se mezclan con la religión o la política, dado que puede entenderse de dos formas muy definidas y opuestas, una relacionada con la libertad y la autenticidad, y la otra, con la asunción de un rol social determinado por los mayores. La primera hace alusión a esa búsqueda que se menciona en párrafos anteriores, y parte de aceptar que la identidad se forma, se moldea y se enriquece.
Un documento de identidad no es otra cosa que un trozo de papel con una serie de datos alfanuméricos que ayudan a mantener el orden, a controlar a los ciudadanos de una misma nación, pero nada dice de quién es su portador en la realidad, qué siente o cuáles son sus intereses. Peor aún, ni siquiera garantiza que dicho sujeto se sienta orgulloso de pertenecer a su país de origen. Es tan sólo información fría y de carácter organizacional, aunque no todos lo consideran así.
La identidad de un ser humano reconocida por un documento estatal suele estar atada a lo biológico y a lo concreto: una huella dactilar que es única, una fecha de nacimiento, etc. Ese reconocimiento por parte del Estado resulta imprescindible a la hora de realizar una acción con efectos jurídicos (como la firma de un contrato o de la escritura de un inmueble).
La historia personal de un individuo, sin embargo, no tiene necesariamente que ver con su nacionalidad. De hecho, su nacionalidad incluso puede no verse reflejada en el documento de identidad que confiere la autoridad estatal. Dicho de otro modo: la inclusión de alguien en un colectivo a partir de un reconocimiento estatal u oficial puede no tener pertinencia en cuanto a su identidad más profunda.
La noción en las matemáticas
En otro contexto, se conoce como identidad algebraica a la igualdad entre expresiones algebraicas que se verifica siempre a partir de cualquier valor de las variables que intervienen.
Por ejemplo, xM + xN = x(M + N) es una identidad ya que, cualquiera sea el valor de las variables, siempre existirá una igualdad.