Antropofagia es el acto de ingerir carne de un ser humano. El término deriva del griego anthrōpophagía.
Las personas que comen carne de otros humanos se conocen como antropófagos o caníbales. Aunque el diccionario de la Real Academia Española (RAE) atribuye la antropofagia al ser humano (es decir, a hombres que se comen a otros hombres), el concepto suele usarse también para nombrar a los animales que se alimentan de carne humana.
Historia de la antropofagia
Si nos centramos en las personas, es importante destacar que la antropofagia se encuentra prohibida en la actualidad, aunque varios pueblos antiguos incurrían en esta práctica.
En América, algunas culturas aborígenes practicaban la antropofagia con un fin religioso o ritual. Los historiadores han comprobado que los aztecas, los guaraníes y los caribes solían desarrollar este tipo de canibalismo.
La antropofagia podía entenderse como una ofrenda a las divinidades. En algunos casos, ciertos grupos se comían a los enemigos que derrotaban en una batalla como una forma de quedarse con su fuerza. Desde la psicología, se ha explicado que la antropofagia podía estar vinculada a una intención de dominación.
En las últimas décadas, se han registrado casos aislados de antropofagia. Por lo general se vinculan a sujetos con desequilibrios mentales, aunque algunos también apelan a la antropofagia como método de supervivencia en algunas situaciones extremas. Sobre esta última particularidad cabe destacar lo sucedido en 1972, cuando los supervivientes de un accidente aéreo que se produjo en la Cordillera de los Andes comieron la carne de los fallecidos ya que se encontraban aislados en la montaña y sin la posibilidad de acceder a otro tipo de alimentos.
La mirada del veganismo
La antropofagia es uno de los temas menos hablados en los medios de comunicación, en parte por tratarse de una práctica poco común, pero también porque resulta especialmente desagradable para el público general. Lo normal es sentir un profundo asco al pensar, tan sólo por un segundo, en una persona comiendo carne humana. Sin embargo, esto nos lleva a la eterna controversia del carnismo y el veganismo: ¿qué diferencia hay entre la vida de una vaca, la de un perro y la de un humano? ¿Por qué sólo podemos aceptar la matanza de la vaca, así como su uso con fines alimentarios?
Existen diversas historias de asesinatos que se encubrieron usando los cadáveres de las víctimas para preparar comida, que en algunos casos consumió gente ajena al crimen, sin saber que se no se trataba de carne vacuna. Puede parecer el plan perfecto para borrar las huellas de un crimen, o algo tremendamente insoportable para los más débiles de estómago. Por lo tanto, matar a una persona es un crimen, y comérsela es un acto repugnante, mientras que matar a un animal es un derecho, y comérselo, una necesidad. Los animalistas no opinan lo mismo.
Estamos inmersos en una vorágine de contradicciones, que en gran parte tiene lugar porque no nos hacemos muchas preguntas, sino que permitimos a los gigantes que nos manipulen y nos digan qué hacer, cuándo y cómo. Ayer, fumar es bueno; hoy, provoca cáncer. Ayer, la leche vacuna es necesaria para cuidar la salud; hoy, tiene contraindicaciones que nadie había notado, y además acarrea una ola de tortura y matanza que los medios de comunicación esconden y maquillan tras la sonrisa de una vaca.
Encontramos cada tanto noticias aisladas de casos de antropofagia, de gente «con problemas psicológicos» que se come a su pareja, de personas «bajo la influencia de fuertes drogas ilegales» que no se resiste ante la carne humana, como si se tratara de una película de terror que ha trascendido la pantalla del cine. Los que compran la bandeja de carne en el supermercado, que proviene del sometimiento de millones de animales inocentes, no tienen trastornos mentales ni consumen drogas, pero apoyan un acto igualmente desagradable. ¿Podrá estar equivocada solamente una de las dos partes?