El vocablo griego arsenikón llegó al latín como arsenĭcum, antecedente etimológico más cercano del término arsénico. Así se denomina al elemento químico cuyo número atómico es 33 y su símbolo es As, caracterizado por su elevado nivel de toxicidad.
El arsénico tiene una presencia escasa en la corteza de nuestro planeta. En ocasiones aparece en combinación con azufre y en otras, en estado nativo. La idea de arsénico muchas veces alude específicamente al ácido arsénico, una sustancia soluble en agua que se emplea para la fabricación de plaguicidas.
Diversas actividades naturales y humanas hacen que se libere arsénico al ambiente. La erosión de minerales, las erupciones volcánicas y distintos procesos industriales provocan que el arsénico esté presente en la tierra, el aire y el agua.
Los compuestos de arsénico inorgánico son muy tóxicos, mientras que los compuestos de arsénico orgánico resultan menos dañinos. De acuerdo a los especialistas, la exposición al arsénico inorgánico puede causar una intoxicación crónica, lesiones en la piel y cáncer.
Existe un término técnico para referirnos a este problema: intoxicación por arsénico, que también se puede denominar arsenicismo o arsenicosis. Se trata de todas aquellas alteraciones que se registren en la salud de una persona a causa del ingreso de arsénico en su organismo. Esto puede tener lugar tanto por medio de sus compuestos orgánicos como inorgánicos.
Cuando el agua está contaminada con arsénico, las personas que la beben o que la utilizan para preparar la comida están en riesgo. El agua contaminada incluso puede afectar a los cultivos.
Los elementos químicos se pueden dividir en tres categorías según sus propiedades de ionización y enlace: metales, no metales y semimetales. A esta última, que también se conoce con el nombre de metaloides, pertenece el arsénico. Como se encuentra presente en la naturaleza, el ser humano no puede evitar exponerse a él, ya sea al respirar, al beber o comer, e incluso al entrar en contacto con el suelo.
Claro que el arsénico se presenta en varias formas, algunas de las cuales no tienen efectos graves en nuestra salud. Yendo del más al menos tóxico, la lista es la siguiente: gas arsina (también llamado arsano), compuestos inorgánicos trivalentes, compuestos orgánicos trivalentes, compuestos inorgánicos pentavalentes, compuestos orgánicos pentavalentes y arsénico elemental. Notamos que en la clasificación se habla de su valencia, la cantidad de electrones que necesita o que debe entregar para que su último nivel de energía esté completo.
A principios del siglo XX tuvo lugar un suceso muy grave relacionado con la ingesta de arsénico que desde entonces sirve de advertencia: a raíz de la contaminación de un lote de cerveza, más de seis mil ciudadanos ingleses sufrieron una intoxicación que llevó a setenta y uno de ellos a la muerte. Fueron alrededor de cien las cervecerías afectadas por este descuido.
El problema comenzó cuando el ácido sulfúrico que se usa para la producción de azúcar partiendo de la caña se contaminó con arsénico. La gravedad del suceso habría sido menor si no se hubiera tratado de un producto que se ingiere sino de uno que se inhala o que se absorbe por la piel. Entre los síntomas y signos que presentaron los afectados se encuentran los siguientes:
* alteraciones en la pigmentación, llevándola al marrón;
* anorexia;
* debilidad y dolores en los músculos;
* lesiones en el hígado;
* edema localizado.
Más allá de estas cuestiones, el arsénico tiene un uso bastante extendido. Aparece en la fabricación de semiconductores, en conservantes de la madera, en la producción de pirotecnia y en la elaboración de vidrio.
La medicina también suele recurrir al arsénico, aunque esa tendencia está retrocediendo debido a los efectos colaterales. Ciertos tipos de quimioterapia, por ejemplo, se desarrollan con arsénico.