Blanquear es un verbo que alude a hacer que algo se vuelva blanco, de acuerdo a la primera acepción que menciona el diccionario de la Real Academia Española (RAE). El concepto se utiliza de diversas maneras, incluso de forma simbólica.
Blanquear puede referirse a pintar algo de blanco o a aplicarle algún tratamiento para que se vuelva más claro. Si una persona da una mano de yeso diluido en agua a la fachada de su vivienda, puede decirse que se encargó de blanquearla. Lo mismo se puede mencionar respecto a la decisión de las autoridades municipales de una ciudad de pintar de blanco todas las paredes del palacio gubernamental.
Cuando se intenta sacar color a la plata, el oro u otros metales, se habla de blanquear o de blanquecer. Esta técnica busca que el metal recupere su color o brillo original.
Blanquear como el proceso de escaldado
Otro uso de la noción de blanquear refiere al proceso de escaldado. Para escaldar o blanquear un alimento, hay que colocarlo en agua hirviendo durante unos treinta segundos.
Esto permite limpiarlo, ablandarlo, modificar su color o facilitar la eliminación de la cáscara o piel. Al blanquear un vegetal, se inactivan ciertas enzimas: por eso es habitual que se realice el escaldado antes de proceder al congelamiento.
El concepto asociado al dinero
El concepto de blanquear también aparece cuando una empresa o un individuo desarrollan ciertas acciones para que el dinero negro (procedente de actividades ilícitas) parezca tener un origen legal. Al blanquear el dinero negro, dichos recursos ingresan a la legalidad fiscal y se puede disponer libremente de ellos.
Un narcotraficante puede crear una empresa fantasma para blanquear el dinero que obtiene por la venta de drogas. Así declara ante el fisco que su fortuna procede de la compañía en cuestión, cuando en realidad es fruto de su accionar ilegal.
Blanquear los dientes
Este término también puede hacer referencia al proceso que tiene como objetivo aclarar la tonalidad de los dientes, algo que muchas personas ansían para mejorar el aspecto de su sonrisa. De hecho, se trata de una de las intervenciones más populares de la actualidad, y esto se debe a que cuesta mucho menos dinero que la cirugía estética, además de no acarrear riesgo alguno.
Sin embargo, que no sea un tratamiento especialmente costoso no quiere decir que esté al alcance de cualquier bolsillo, y es ahí donde entran en juego las alternativas poco fiables, que sí pueden causar perjuicio al esmalte de los dientes. Un método sencillo para reconocer y evitar un método fraudulento es comparar su precio con el de una clínica de renombre: si es decenas de veces inferior a pesar de prometer los mismos resultados, probablemente nos conviene seguir ahorrando.
Claro que no todos los tratamientos alternativos al de las clínicas son nocivos; de hecho, existen pastas dentales muy recomendadas por los dentistas que ayudan a blanquear los dientes, aunque el proceso es mucho más lento y nunca alcanza los mismos resultados. También existen recetas de blanqueadores caseros, pero es difícil encontrar los efectivos entre las decenas de opciones disponibles en Internet.
Blanquearse los dientes en una clínica tradicional es un proceso relativamente corto, que comienza cuando el profesional coloca un protector en las encías del paciente para que la sustancia no entre en contacto con el tejido blando. Una vez que ha eliminado este riesgo, aplica el gel de peróxido de carbamida en la cara externa de los dientes. El último paso consiste en aplicar luz LED fría por un período de un cuarto de hora.
Algunos pacientes necesitan una segunda aplicación de luz para conseguir mejores resultados, aunque lo normal es que se haga solamente una vez. Cabe señalar que durante los días posteriores al tratamiento suele aparecer un cierto grado de sensibilidad dental, algo que disminuye gradualmente.