El gusto es el sentido corporal que permite percibir sustancias químicas disueltas en la saliva. Este sentido otorga la sensación de sabor, que puede dividirse en cuatro grandes tipos: dulce (como el azúcar), salado (la sal), ácido (los cítricos) y amargo (la cerveza). Algunos teóricos reconocen la existencia de un quinto sabor: umami.
El gusto, término procedente del latín gustus, está vinculado al olfato, ya que el olor de los alimentos incide en la percepción del sabor. Por eso cuando una persona está resfriada suele sentir que los alimentos son insípidos (sin sabor).
El sentido del gusto ayuda a la digestión: al recibir una sensación agradable, se estimula la secreción de saliva y de jugos gástricos, elementos claves para digerir los alimentos. Las papilas gustativas que se encuentran en la lengua constituyen el principal promotor del sentido del gusto.
Un sabor o una apreciación
Por extensión, se conoce como gusto al sabor que tienen las cosas. Por ejemplo: «Me encanta el gusto que tiene el pimiento en vinagre», «No volveré a comprar esta torta: su gusto es demasiado dulce, me empalaga», «¿Podrías pasarme la sal? Esta ensalada casi no tiene gusto».
El placer que se experimenta con algún motivo o que se recibe de cierto estímulo y la voluntad o determinación también se conocen como gusto: «Me da mucho gusto que estés aquí con nosotros», «Fue un gusto haberlo conocido», «A Roberto le dio gusto que lo hayamos invitado a cenar».
Gusto puede ser, por otra parte, la facultad de apreciar lo bello o lo feo: «Tu madre tiene buen gusto para vestirse», «Por favor, tira eso a la basura, es de mal gusto». Este uso del término resulta especialmente subjetivo, dado que para que algo sea de buen o mal gusto es necesario contrastarlo con las opiniones y las ideas de una persona.
El buen gusto
Comencemos analizando el buen gusto. Se trata de una apreciación que varía según las convenciones sociales y culturales, pero también de acuerdo con las costumbres particulares de cada persona. Se sabe que en algunas partes del mundo es normal tocar los alimentos directamente con las manos, sin utilizar cubiertos; trasladar esta usanza a los países occidentales sería muy difícil, dado que se trata de una situación que se opone al concepto de buen gusto que ha sido imprimido en el inconsciente de sus habitantes durante generaciones.
Del mismo modo, encontrarse en un país con costumbres de este tipo y negarse a actuar como los demás puede ser considerado de mala educación. Los seres humanos no siempre somos conscientes de que la normalidad forma parte de una estructura creada por otras personas, y no de la naturaleza misma. El buen gusto está sujeto a las necesidades y convicciones de cada uno, tanto como su límite: el mal gusto.
Para un médico forense, examinar un cadáver en estado de descomposición mientras bebe su café y come un croisant puede parecer la combinación más normal y cotidiana del mundo; sin embargo, la mera visualización de un cuadro tal puede suponer una escena propia de una pesadilla para una persona ajena a la medicina.
Conjunto de actividades atractivas
El gusto también representa el conjunto de actividades que atraen a un ser vivo y que no parece escoger. Por ejemplo, cuando uno saborea por primera vez su (futura) comida favorita, algo ocurre en su interior que lo lleva a catalogarla como tal y a intentar consumirla siempre que pueda durante el resto de su vida.
Esto nos pasa a todos los animales, y también se aprecia durante los momentos de ocio: cada perro encuentra especialmente divertido un juego en particular, tanto como lo hacemos las personas, y no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Mientras un gusto no prive a otro ser de su libertad, no debería ser cuestionado ni sancionado por nadie.