El término lípido, que proviene del vocablo francés lipide. Una palabra francesa esta que tiene un origen etimológico muy singular. Y es que es fruto de la suma de dos componentes léxicos claramente delimitados:
-El término griego “litos”, que puede traducirse como “grasa”.
-El sufijo latino “-ido”, que se usa para indicar “apariencia de”.
Se emplea para aludir al compuesto orgánico que se forma a partir de la esterificación de alcoholes con ácidos grasos.
Recordemos que un alcohol es un compuesto que presenta el grupo hidroxilo vinculado a un radical alifático o a un derivado. Un ácido graso, en tanto, es un ácido orgánico combinado con glicerina para el desarrollo de grasas. La idea de esterificación, por último, se vincula a la creación de un éster a través de la unión de un alcohol y un ácido.
Retomando específicamente la idea de lípido, se trata de una molécula orgánica compuesta sobre todo por carbono y por hidrógeno. En una cantidad inferior contiene oxígeno y además puede presentar nitrógeno, azufre o fósforo.
Los lípidos, que no pueden disolverse en agua (son hidrófobos), desarrollan importantes funciones en los seres vivos. Sirven, por ejemplo, como reserva de energía ya que, mediante una reacción metabólica de oxidación, producen calorías.
Además de todo lo indicado, no podemos pasar por alto la existencia de que existen dos tipos de lípidos claramente delimitados:
-Los lípidos insaponificables, que tienen la particularidad de que no pueden hidrolizarse y que no cuentan con los llamados enlaces éster. Entre los más significativos de este tipo están los esteroides, los terpenoides y los prostaglandinas.
-Los lípidos saponificables, que sí pueden hidrolizarse y que sí poseen enlaces éster. Dentro de este grupo tenemos que establecer la existencia de dos tipos diferenciados: los simples y los complejos. Los simples son aquellos que cuentan con hidrógeno, carbono y oxígeno. Los complejos, por su parte, son los que, además de hidrógeno y carbono así como de oxígeno, tienen nitrógeno, azufre o fósforo, por ejemplo.
Por otro lado, los lípidos contribuyen a la regulación térmica del cuerpo, favorecen el desarrollo de diversas reacciones químicas e incluso colaboran con la protección y la formación de los órganos.
Además de las dos funciones citadas, los lípidos llevan a cabo algunas más. Así, por ejemplo, realizan una función estructural, con la que no solo protegen estructuras del organismo sino que además otorgan consistencia a los órganos.
De la misma manera, se encargan de acometer otra labor transportadora y también otra función de regulación o comunicación celular. Esta última responde al nombre de función biológica y consiste tanto en regular lo que es el metabolismo como la reproducción.
Al agruparse, las células que se encargan de la acumulación de lípidos (llamadas adipocitos) forman el tejido adiposo. Este tejido ayuda a que los órganos internos y otras estructuras se mantengan en su lugar y también los resguarda. Además constituye una reserva de lípidos.
Es importante tener en cuenta que las grasas son una clase específica de lípidos. Por eso emplear ambos conceptos como sinónimos no es correcto, ya que hay lípidos que no son grasas.