El vocablo del latín tardío ossarium llegó al castellano como osario. Así se denomina al sitio donde hay huesos.
El término suele aludir específicamente al lugar o el recipiente que, en un cementerio o en una iglesia, alberga los huesos que se extraen de una sepultura. El osario, en este sentido, es un espacio que sirve para guardar piezas óseas.
El uso de osarios resultaba tradicional en el pueblo judío. En la antigüedad de esta colectividad, el cuerpo de la persona fallecida era amortajado y se le aplicaban ungüentos y aceites. Luego se lo depositaba en una tumba compuesta por dos cámaras. Después de un año, los huesos eran buscados por los familiares del difunto y depositados en un osario, que se instalaba en un hueco o altar en la otra cámara de la tumba.
Estos osarios eran ornamentados con símbolos de la fe judía. En ocasiones también se tallaba el nombre del individuo. En cuanto a los huesos, primero se colocaban los más pequeños, luego los fémures cruzado y finalmente la calavera, que de este modo era lo primero que se hallaba al abrir el osario.
En el pasado remoto, por lo tanto, los osarios se usaban para recolectar los restos del difunto en el marco de un rito. Al pasar los huesos de la primera sepultura al osario, entraban en juego diversas creencias vinculadas a la vida después de la muerte.
Actualmente los osarios son nichos de tamaño pequeño que se utilizan cuando ya transcurrió el tiempo que se requiere, a nivel legal, para posibilitar la exhumación de un cuerpo. Una vez cumplido este plazo, en caso de ser necesario o solicitado, puede retirarse el féretro y se trasladan los huesos a un osario.
A pesar del carácter sagrado que para algunas personas puedan tener los osarios, para otras se trata también de un destino turístico dada la peculiar belleza y el carácter artístico que pueden esconder. Después de todo, si aceptamos la muerte como una parte inevitable de nuestro paso por la tierra, si la despojamos de toda connotación negativa, puede resultar fascinante ver qué nos espera después de nuestro último suspiro.
Uno de los osarios más visitados del mundo es el de Évora, una ciudad de Portugal, en una capilla que forma parte de la Iglesia de San Francisco. En su puerta se puede apreciar un inquietante friso que les dice a los visitantes que los huesos allí presentes esperan los suyos. Algunos de los cráneos que se exhiben están pintados y también hay una pareja de esqueletos que penden de unas cadenas. Este osario fue construido en el siglo XVI a cargo de un monje que buscaba desmitificar la muerte.
En Milán, Italia, se encuentra la iglesia de San Bernardino, donde los huesos se exhiben de una forma menos artística, más directa, aunque algunos están ordenados de manera que forman figuras geométricas. En Francia, el osario de Douaumont es aún más crudo, ya que tiene el propósito de inmortalizar las pérdidas que la batalla de Verdún acarreó durante la primera Guerra Mundial. Con este fin reúnen los restos de más de 130 mil soldados, cada uno con sus respectivos nombre y apellido.
En Serbia se encuentra la torre de las calaveras, levantada por el visir de Nis Hurshid Pasha a principios del siglo XIX, como era costumbre del ejército otomano para intimidar a sus enemigos. Con el paso del tiempo, se construyó una capilla frente a la torre para recordar el fatal desenlace de sus antepasados.
En 1776, por otro lado, el sacerdote de Czermna, Polonia, decidió levantar la capilla de las calaveras, y lo hizo con huesos humanos. Sobra decir que no es una vista muy agradable para las personas muy impresionables ni para quienes la consideren una falta de respeto.