En el psicoanálisis, la pulsión es la energía psíquica profunda que dirige la acción hacia un fin, descargándose al conseguirlo. El concepto refiere a algo dinámico que está influido por la experiencia del sujeto. Esto marca una diferencia entre la pulsión y el instinto, que es congénito (se hereda por la genética).
El instinto se caracteriza por llevarnos a buscar objetos inamovibles para alcanzar la satisfacción. La pulsión, en cambio, no tiene un objeto predeterminado; por el contrario, está vinculada a fuerzas que derivan de las tensiones somáticas del ser humano, con diferentes fuentes y formas posibles de manifestación.
Freud y la pulsión
La noción de pulsión fue desarrollada por el austriaco Sigmund Freud a finales del siglo XIX cuando comenzó a reflexionar sobre las conductas humanas que exceden a lo instintivo y que, incluso, pueden contradecirlo.
De esta manera, Freud estableció que la pulsión es la tensión corporal que tiende hacia distintos objetos y que se descarga al acceder a ellos, aunque de manera momentánea, ya que la pulsión nunca se satisface completamente.
El padre del psicoanálisis distinguió varios momentos de la pulsión, como la fuente (el origen que radica en lo somático), el esfuerzo o drang (la tensión que se traduce en la pulsión), la meta (en estado pasivo o activo) y el objeto (que disminuye temporalmente la tensión).
Su origen
Para algunos psicoanalistas, las pulsiones se originan a partir de la falta original de un objeto instintivo. Dicha carencia hace que el deseo se traduzca en pulsiones, que se dirigen a metas momentáneas. Una vez alcanzado dicho momento, la pulsión reinicia el proceso.
Según la teoría clásica de Freud toda pulsión es concebida como un derivado de una llamada basal, que roza lo instintivo; tal es el caso de la pulsión de vida, que tiene como objeto la conservación de la propia existencia. A medida que madura el sistema nervioso de cada persona, tiene lugar una serie de fases o estadíos pulsionales, en cada una de las cuales se da un desarrollo neurológico bien definido en zonas que más tarde serán erógenas (aquellas que tienen más sensibilidad y que buscan estimular sexualmente al sujeto).
Fases de la pulsión
Veamos las primeras seis fases, reconocidas por Freud a través de sus estudios:
1- Oral: tiene lugar entre el nacimiento y el primer año y medio de vida. La boca es prácticamente la única zona erógena, ya que el sujeto empieza a orientar su psiquismo en una meta bien clara: nutrirse;
2- Anal: desde el año y medio hasta los tres años, y a raíz del creciente control de los esfínteres del ano, el niño siente placer ante la posibilidad de controlar su propio cuerpo, lo cual consigue en este caso a través de decidir retener o dejar salir la materia fecal;
3- Fálica: también llamada uretral, tiene lugar entre los tres y los seis años de edad. Durante esta fase, el individuo adquiere el control de sus esfínteres uretrales y esto representa un anticipo de lo que, más tarde, será la fase genital. Según Freud, es en esta etapa que se constituye el edipo de cada persona, aunque esto no significa que se acabe, ya que se trata de un elemento presente de manera activa a lo largo de toda la vida;
4- Complejo de castración y sepultamiento del complejo de Edipo: en este punto es probable que tenga lugar una ruptura, por lo cual es un momento muy importante para el desarrollo del aparato psíquico. Se trata de un proceso que sirve para reorganizar las experiencias y los roles, así como las pulsiones mismas;
5- Período de latencia: hasta alcanzar la pubertad, y desde los seis años, se da una intensa y espontánea sublimación de los sentimientos de la libido, lo cual facilita la integración en la cultura;
6- Genital: a partir de la pubertad, una vez se configuró el edipo, los intereses sexuales (parte de los cuales es la inclinación sexual) comienzan a desarrollarse.