El retardo mental es una afección que se diagnostica antes de los 18 años de edad y supone que el individuo que lo padece presenta un funcionamiento intelectual que se ubica por debajo del promedio.
También conocido como retraso mental o deficiencia mental, el retardo mental está formado por una serie de trastornos de naturaleza psicológica, biológica o social, que determinan una carencia de las habilidades necesarias para la vida cotidiana.
Diagnóstico del retardo mental
Por lo general, se considera que una persona sufre retardo mental cuando su funcionamiento intelectual es inferior al coeficiente intelectual de 70-75 y cuando presenta limitaciones significativas en dos o más áreas de las habilidades adaptativas.
Los médicos apenas logran detectar la razón específica del retardo en el 25% de los casos. Cabe destacar que estos trastornos afectan a una porción de la población mundial que representa entre el 1 y el 3%.
Es posible establecer distintos grados de deterioro a partir del retraso mental, desde el retardo leve o limítrofe hasta el retardo con profundo deterioro. Sin embargo, los especialistas prefieren no centrarse en el grado de retardo y trabajar en la intervención y cuidados para mejorar la calidad de vida del sujeto.
Síntomas y factores de riesgo
La disminución de la capacidad de aprendizaje, la falta de curiosidad, la incapacidad para responder en la escuela y la persistencia del comportamiento infantil son algunos síntomas del retardo mental.
Entre los factores de riesgo vinculados a la aparición de retardo mental aparecen las anomalías cromosómicas, genéticas o metabólicas, las infecciones (como la toxoplasmosis congénita, la encefalitis o la meningitis), la desnutrición, los traumatismos y la exposición intrauterina a las anfetaminas, cocaína u otras drogas.
Asistencia a quienes padecen el retardo mental
Existen diversas residencias y centros hospitalarios donde prestan atención a personas con capacidades intelectuales por debajo del promedio. Se trata de ofrecerles un medio en el cual les resulte más sencillo adaptarse a las actividades que se llevan a cabo, para así poder tomar las riendas de su vida y sentirse autónomos, dentro de los límites de cada uno. Las familias en las que uno de sus integrantes presenta un retraso mental significativo suelen luchar para propiciarles toda la ayuda que necesitan, haciendo el esfuerzo de estar siempre en pie y con una sonrisa, para no demostrar lo mucho que sufren.
El terror de cualquier padre de un niño con deficiencias mentales es pensar en dejarlo solo y que no pueda valerse por sí mismo. Los seres humanos somos hostiles con los más débiles y tenemos una peligrosa tendencia a aprovecharnos de los demás, sin hacer distinción ni mostrar compasión alguna. Para evitar estos riesgos, es aconsejable acercarse a una residencia especializada, incluso años antes de considerar una internación permanente, dado que allí los pacientes encuentran un nivel de comprensión e integración mucho mayor que en la calle y tienen más oportunidades de desarrollar sus capacidades.
Se sabe que las deficiencias mentales no son problemas estáticos, y que su evolución es notablemente diferente de acuerdo a la influencia del entorno, a menos que se trate de una afección muy seria. Con ayuda de los profesionales adecuados, es posible que los pacientes reciban el cariño y el incentivo que necesitan para explotar sus recursos intelectuales y afectivos, que aprendan oficios y que se sientan tan útiles como el resto de las personas.
De todos modos, lo peor que se puede hacer es limitar sus vidas y conseguir que se sientan cargas para sus familias. Siempre que la persona cuente con la suficiente autonomía como para salir por sí misma y relacionarse con los demás, es muy aconsejable incentivarla a realizar actividades creativas, estudiar y trabajar. Interactuar con otros seres humanos no es fácil para nadie, independientemente del grado de salud mental, pero es sano para quien forma parte de una sociedad, ya que lo dota de las armas necesarias crecer y desarrollarse.