El terror es una sensación de miedo muy intensa. El miedo se define como una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario; cuando éste supera los controles cerebrales y el sujeto no puede pensar de forma racional, aparece el terror.
El terror puede generar sudoración fría, la parálisis del cuerpo y, en los casos más extremos, el fallecimiento por paro cardíaco. La clave para dominar el miedo y el terror es el autocontrol. Los psicólogos recomiendan tratar de respirar de forma lenta e intentar poner la mente en blanco.
El terror como género
Por otra parte, el terror es un género literario y cinematográfico, que reúne aquellas obras que buscan ocasionar miedo en el receptor. Así nos encontramos, por ejemplo, con los cuentos de terror escritos por autores como Edgar Allan Poe o Stephen King, o con películas de terror como «Friday the 13th.» («Viernes 13» o «Martes 13», según el país).
Como género dentro de las formas de entretenimiento, el terror suele presentar una serie de características, según la tendencia de cada autor. En primer lugar, los personajes más comunes suelen ser fantasmas, monstruos sobrenaturales y psicópatas; seres difíciles de comprender, con mentes impredecibles y que en general tienen una sed insaciable de muerte y venganza. No saber qué ocurrirá en los próximos segundos, en qué momento el asesino saltará sobre su próxima víctima, es un elemento del suspenso, que está íntimamente relacionado con el terror.
Otro tipo de recurso
Por otro lado, existe un recurso opuesto, que puede resultar igualmente efectivo: dar al espectador, al lector o al jugador (dependiendo del formato de la historia) un conocimiento absoluto y constante de la ubicación y las intenciones del enemigo. Citando la frase «la ignorancia es la base de la felicidad», es fácil comprender el nerviosismo y la angustia de una audiencia que sabe en todo momento dónde se encuentra el asesino.
Retomando las clases de personajes que suelen representar la causa del terror en estas historias, existe una clara distinción entre un fantasma y un ser tangible; independientemente del grado de realismo, un espectro puede aparecer y desaparecer, atravesar paredes, y se espera que genere una descompensación psíquica en sus víctimas, conduciéndolas al suicidio o a una institución mental. De forma opuesta, un asesino de carne y hueso, provenga de este mundo o de uno fantástico, puede utilizar otro tipo de armas, que hagan un daño físico.
Terror psicológico y gore
Esto marca una de las primeras subdivisiones de este género, tan popular: terror psicológico y gore. El primero hace uso de menos efectos especiales o elementos gráficos, en pos de otros que suscitan el pensamiento y el análisis de la audiencia, o que le generan incomodidad e inseguridad; afectan su mente de una forma poco directa. El segundo, proveniente de un término inglés, se caracteriza por la presencia de violencia extrema, de sangre, de ataques con puñales y hachas, que dejan a sus víctimas desfiguradas.
Existen a su vez híbridos de ambas tendencias, así como productos de uno u otro subgénero que hacen uso de elementos predecibles y poco efectivos. Como sucede con todas las artes, el secreto del éxito de una obra no es qué presenta a su público, sino cómo lo hace.
Palabra de experto
Nicolás Maggi es periodista, twittero y podcastero. Autor de «La Segunda Muerte del Dios Punk» y «Turbio», sus relatos paranormales son seguidos con interés por miles de personas a través de distintas plataformas.
– ¿A qué considerás que se debe el interés colectivo por las historias de terror?
Creo que es una forma en la que la sociedad procesa el temor a lo desconocido. Es un momento del mundo muy particular, de mucha desesperanza. Hay una percepción cada vez más creciente de que el positivismo, el pensamiento científico, no logra explicar algunos pliegues de la realidad, y eso está empujando a las personas a acercarse a cuestiones místicas.
Algunos ven esto como un retroceso a una medievalidad, pero también es un poco el resultado de un colapso de la posmodernidad, que ha logrado poner todo en una suspensión relativa por la incapacidad de diferenciar la verdad de la mentira, la parcelación de las opiniones en burbujas que le quedan cómodas a cada uno y en donde no se roza con lo distinto, la polarización, y ese tipo de fenómenos.
Ya no hay respuestas monolíticas a las grandes preguntas de la humanidad que logren contener a las personas. Al mismo tiempo, hay un proceso de mucho desgaste de las religiones tradicionales, mientras avanzan otras más preparadas para dialogar con este momento por la velocidad con la que prometen cambios (como los evangélicos), y las pseudociencias, neomanochantas, discursos que mezclan coaching con delirios trascendentales, y una larga lista de estafadores y aprovechadores espirituales.
En este marco, la pregunta de lo paranormal está más presente que nunca. Y consumir este tipo de relatos es un lugar seguro para depositar los miedos, para participar de ese simulacro de ponerse en peligro que siempre termina bien, porque uno puede quitar los ojos de la pantalla y volver a su vida en cualquier momento. Quizás un poco sugestionado, pero sano y salvo, porque le pasó a otro.
Y también, para el que tuvo una experiencia inexplicable, es un modo de sentirse menos solo. De acercarse a una suerte de fogón digital en el que encuentra en el otro un par, donde se puede construir comunidad, donde hay un acuerdo de creerse entre los integrantes y donde no aparece ese tipo de violencia tan usual en las redes y el anonimato. Algo que, en medio de tanta desolación, puede ser un refugio confortable.
Nicolás Maggi
– De acuerdo a tu experiencia, ¿qué características y cualidades debe tener un narrador para poder inquietar a la audiencia a través de un relato aterrador?
En el proyecto «Turbio» hubo una decisión estilística de que todas las historias prometan ser reales. Es decir, alguien me las contó asegurando que le sucedió. Obviamente hay un pacto con el que me la cuenta y con el que la lee. Todos aceptamos ese contrato de lectura.
Creo que eso genera algo de morbo, como nos pasó cuando vimos «Blair Witch Project», la madre de los found footage, bajo el rumor de que era un caso real. No teníamos internet en esa época para enterarnos de que era un falso documental. Y la potencia que le otorgó esa sensación de estar viendo algo que quizás pasó de verdad, convirtió una película low budget y sin casi efectos especiales en una experiencia aterradora y magnética.
Para llegar a esos casos reales hubo que desarrollar un sistema. El mecanismo de recolección es el siguiente. La gente me escribe y me dice que tiene un testimonio. Yo la entrevisto, siempre por escrito, a veces por audio. Le hago preguntas, trato de ordenar el relato, busco despejar inconsistencias, utilizo la caja de herramientas de mi oficio como periodista para cotejar, sopesar, darme cuenta si me están mintiendo. A su vez, trato de meterme en su piel para poder contarlo.
Esa empatía, entiendo, para poder sumergirme en su psiquis, captar sus sensaciones de terror, logra correrme de algún modo del lugar de narrador cuando escribo la historia. Soy casi un ghost writer de cada una de las personas que traen su caso. Aparezco en mis marcas estilísticas, mis muletillas, en la forma de contar. Porque de algún modo es lo que hace que la gente vuelva: le gusta el estilo. Pero yo soy solo un vehículo. Como un medium cuando un muerto habla a través de ellos.
Nicolás Maggi
Un periodo de la Revolución francesa
Se conoce como El Terror al periodo de la Revolución francesa comprendido entre 1793 y 1794, donde los revolucionarios llevaron a cabo una fuerte represión contra los opositores. Maximilien Robespierre, uno de los líderes revolucionarios, aseguraba que el denominado Terror era sólo la justicia rápida, severa e inflexible. Cabe destacar que el propio Robespierre fue ejecutado sin proceso ni juicio.
Esta concepción política del terror derivó en el terrorismo de Estado, que tiene lugar cuando quienes ocupan el poder estatal utilizan métodos represivos e inconstitucionales para imponer una dictadura y disponer del control absoluto de la sociedad.