La autorregulación es el acto y la consecuencia de autorregularse. El verbo autorregular, en tanto, alude a regularse (adecuarse, ajustarse) a uno mismo.
Se entiende por autorregulación al control que una persona ejerce sobre sus emociones, sus acciones y sus pensamientos. Este proceso contribuye a que el individuo pueda cumplir con sus objetivos.
Dominio de la conducta
Puede decirse que la autorregulación implica el dominio de la conducta y de los procesos cognitivos, por ejemplo. También se asocia al vínculo que el sujeto establece con la motivación.
Cada ser humano traza diversas estrategias para lograr la autorregulación. Así, luego de establecer cuáles son sus metas, puede diagramar el recorrido que lo llevará al destino deseado.
Ejemplos de autorregulación
La autorregulación se vincula a una gestión interna. Tomemos el caso de un joven que, al recibir su salario, decide no gastar el dinero en salidas con sus amigos y, en cambio, opta por ahorrar para pagar sus estudios. Este muchacho está recurriendo a la autorregulación: descarta un beneficio inmediato (disfrutar una salida) para conseguir otro mayor en el futuro (graduarse).
Imaginemos ahora que alguien se enoja con su jefe y, cuando está a punto de insultarlo, opta por callarse. Así, al apelar a la autorregulación, consigue minimizar un conflicto y evitar un problema.
La autorregulación, en definitiva, consiste en direccionar las ideas y las acciones hacia la adaptación a un contexto. De este modo, la persona puede acomodarse a una situación o a un entorno con la finalidad de satisfacer sus anhelos, ya sea de forma inmediata o más adelante.
Sugerencias para enfrentar el estrés
Como sucede con todos los rasgos emocionales, cada ser humano presenta un grado particular de predisposición a la autorregulación: no todos somos capaces de controlarnos en igual medida ante una situación estresante, por ejemplo. En ambos extremos se encuentran aquellas personas que pueden llevar vidas equilibradas, sin problemas considerables con sus allegados, y las que tienden a perder la razón con demasiada frecuencia y de este modo se perjudican en todos los planos de la vida, desde el personal hasta el laboral.
Para ayudar a estas últimas a controlarse y vivir mejor existen muchos consejos. No se trata de recetas mágicas e instantáneas, sino de guías para alejarse estratégicamente de los pozos más profundos en favor de terrenos más llanos y seguros. Uno de ellos es delegar ciertas responsabilidades siempre que sea posible, como si se tratara de pedirles a los demás que nos ayudaran a cargar ciertas maletas demasiado pesadas.
Dado que el estrés es el peor enemigo de la autorregulación, lo mejor que podemos hacer es repartir la tensión que nos provocan las obligaciones entre nuestros amigos y compañeros de más confianza. Otro consejo muy útil es aprender a decir que no, en especial a aquellos compromisos que sabemos de antemano no seremos capaces de cumplir o que nos llevarán a niveles de exigencia demasiado altos.
Autorregulación y equilibrio
No olvidemos que la autorregulación es respetarse y respetar, es mantener el equilibrio personal para vivir y dejar vivir bien. Es nuestra responsabilidad como seres sociales, y por eso debemos tener en cuenta nuestras necesidades y también las repercusiones de nuestros actos en los demás. Por eso es también importante mirar nuestros problemas desde fuera: adquirir una perspectiva un tanto alejada nos permite hallar nuevas soluciones.
La autorregulación nos permite detener ciertos procesos nocivos, como esos bucles de pensamientos negativos que nos arrinconan en la total oscuridad. No es fácil, pero poner la mente en blanco puede brindarnos una bocanada de aire fresco cuando más la necesitamos para tomar una buena decisión en lugar de una que nos condene para siempre. Si recordamos el ejemplo de quien evita insultar a su jefe, bien puede llegar a esta decisión frenando sus impulsos negativos y despejando su mente.