El adjetivo bactericida se utiliza para calificar a aquello que elimina las bacterias (microbios unicelulares que carecen de núcleo diferenciado y que, según la especie, causan enfermedades o se encargan de la descomposición de la materia orgánica). El término puede emplearse como sustantivo para aludir al producto que tiene dicha capacidad.
Destrucción de bacterias
Puede decirse que un bactericida actúa contra las bacterias como los fungicidas contra los hongos o los insecticidas contra los insectos. Sin embargo, es importante diferenciar entre un bactericida y un bacteriostático.
Los bactericidas destruyen las bacterias. Los bacteriostáticos, en cambio, no las matan, sino que imposibilitan su proliferación al interrumpir su crecimiento. Así, los bacteriostáticos anulan la reproducción de las bacterias, mientras que los bactericidas acaban de manera directa con su vida.
Puede decirse, por lo tanto, que los bactericidas tienen un efecto irreversible: una vez que se aplican, si son efectivos, eliminan a estos microorganismos. En cuanto a los bacteriostáticos, hacen que las bacterias no puedan seguir creciendo pero se mantienen vivas.
Composición y antibióticos
Respecto a la composición de los bactericidas, pueden contener ácidos orgánicos o inorgánicos. Habitualmente se trata de sustancias volátiles.
Entre los antibióticos que se les suministran a las personas, muchas veces hay productos bactericidas. Los aminoglucósidos, los glucopéptidos y los betalactámicos, por ejemplo, son antibióticos bactericidas que se usan en el tratamiento de distintas infecciones.
Tomemos el caso de la vancomicina. Este antibiótico glucopéptido inhibe la síntesis de la pared celular del neumococo, el estafilococo áureo y otras bacterias grampositivas que provocan enfermedades, teniendo efecto bactericida.
Lisozima
También conocida como muramidasa, la lisozima es una sustancia bactericida que se encuentra en la saliva, el moco y las lágrimas, entre otras secreciones de nuestro organismo. Quizás el ejemplo más importante sea la leche materna, donde abunda especialmente y se necesita para proteger al bebé de los potenciales ataques bacterianos, los cuales no podría combatir por sí solo. Se trata de una enzima capaz de dañar las bacterias.
Un gran porcentaje de las bacterias que atacan estas enzimas no son patogénicas; de hecho, la acción de la lisozima suele ser la causa de que dichos organismos no lleguen a representar un peligro para nuestra salud. En algunos casos, puede modificar la pared celular de los patógenos para transformarlos en protoplastos o esferoplastos, dando lugar a lo que se conoce como formas L.
Alcohol etílico
Uno de los productos bactericidas más populares, sino el más, es el alcohol etílico. No sólo es económico sino que tiene muchas aplicaciones, desde el cuidado del cuerpo hasta la higiene de la casa. El alcohol etílico tiene una doble función, ya que es desinfectante y antiséptico. Cuando se usa para eliminar las bacterias, su efectividad se estima en el 99,99 por ciento, un número más que prometedor.
Antes de continuar, es necesario señalar que este producto bactericida no es ideal en cualquier situación. Por ejemplo, dado que no es capaz de eliminar ciertos microorganismo ni penetrar materiales abundantes en proteínas, no se recomienda para esterilizar los instrumentos usados en cirugías o en medicina en general.
Su uso para la piel, por otra parte, sí es efectivo y es donde se vuelve especialmente útil. De hecho, en la actualidad lo podemos conseguir en formato líquido (el más común), pero también en toallitas húmedas y en gel. Esta versatilidad en la comercialización repercute directamente en su popularidad, porque podemos usarlo estemos donde estemos, tanto en casa como fuera, con suma comodidad y asegurarnos de mantener nuestro cuerpo higiénico en todo momento. Podamos o no acceder a un baño para lavarnos las manos, por ejemplo, nunca está de más desinfectarlas con alcohol antes de comer o tocarnos el rostro, por ejemplo.